Instantáneas
viajeras
Sergio
Núñez Guzmán
Unos viejos dignos estaban sentados en la única banca despintada del
desquiciado y único portal bizco de la
despoblada localidad de la costa. Los vientos marinos traían y llevaban la
brisa y con ella, sus cascadas voces.
-La niña de mi compadre, el mojao, se ha convertido en mujer, y, ¡qué
mujer!
Aquella mujer, en el esplendor de su edad, firmemente plantada en la
puerta de su pequeño negocio, parecía desafiar al mundo y a la vida misma.
Retrato de la hermosura femenina de aquellos lugares, con gran seguridad decía
al mundo, a los hombres: estoy aquí, si eres capaz, conquístame, ven por mí.
La fresca brisa traía las voces de
los viejos: Ya viene la fiesta del patrono del pueblo y ya empezaron a
llegar los mojados. Ya apareció el
Pancho chico y aunque está triste por la muerte de su papá, ya convenció a su
mamá para que fuera a pedir a la hija del mojao. Aunque esta muchacha es muy
coqueta. El otro Pancho, el que se quedó aquí y, no se fue al otro lado, se ve con ella y ella
no dice sí, pero tampoco no, sólo se deja querer por éste y con el otro se
escriben cartas de amor. Mírenlos, ahí andan como gallitos de pelea. Pronto alguno
de los dos se va a quedar tendido.
Dos hombres, cada uno por su calle, caminaban hacia el mismo punto,
seguramente sabían la hora de la cita de los enamorados, pues ya caía la tarde.
-Compadre, te has dado cuenta que los Panchos andan armados con machetes,
hasta parece que van a cortar caña. Una
de estas tardes se van a encontrar por aquí. Mira, ahí vienen.
-Defeño, me escuchas, ya nos están llamando para subir al camión.
-No escucha, está muy distraído.
-Corre al camión o te vas a quedar.
-Pero. . . Ahí están viéndose.
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