lunes, 14 de abril de 2014

Ensayo etimológico acerca de 'Apícula y abeja' por Sergio Núñez Guzmán




APÍCULA Y ABEJA
Sergio Núñez Guzmán

Apícula y músculo son palabras que comparten el sufijo diminutivo latino -culus, a, um (culo/ano,chiquito/anillo); en cambio, el radical (raíz) de músculo se puede rastrear hasta el griego mys, myós, ratón. El español toma el sustantivo músculo del latín musculum, ratoncito (Imposible dejar de pensar en nuestros bíceps  mexicanos o conejos) y, el latín a su vez lo toma del griego mys, myós  y de ahí, mus, muris, porque la y (ypsilón) se convierte en u al pasar del griego al latín. Otra distinción está marcada por el llamado rotacismo, pues la s (sigma) del nominativo mus, en el genitivo se convierte en r por situarse entre vocales: muris.
La diferencia entre apícula y abeja es mucha; sin embargo, abeja es el derivado directo de apícula, es decir, el lector ve en abeja un sustantivo normal del español y difícilmente lo pensaría como el diminutivo: abejita; pero, aquí, el término abejita es el diminutivo de otro diminutivo, porque la tendencia popular de construir diminutivos de diminutivos ha sido una característica del lenguaje popular o, en nuestro caso, del latín vulgar o hablado.
El español evoluciona los sustantivos latinos a partir del caso acusativo, tanto singular como plural, y el resultado es apículam y apículas, evolución que se conoce como romanceamiento.

La m final de apículam desaparece, puesto que toda m final se pierde al pasar al español a excepción de los monosílabos que la modifican en n (cum>con), así tenemos de apículam > apícula. El siguiente paso es la sonorización de las consonantes simples, oclusivas sordas en posición intervocálica, lo que se reduce a recordar apotheca > bodega. Las consonantes sordas, simples e intervocálicas se modifican en sus correspondientes sonoras: labial en labial: p>b; dental en dental: t>d; velar en velar: k>g. Y así, apícula > abígula. La evolución (romanceamiento) indica que la i tónica se abre en e: abígula > abégula, mientras que las vocales protónicas y postónicas intermedias (intertónicas) se pierden, puesto que no desempeñan ningún trabajo o función dentro de la unidad, y al no ser iniciales, por lo general no encierran a la raíz; la carencia del acento las convierte en inestables, y al no ser finales no llevan la carga semántica de los llamados accidentes gramaticales, razones todas por las que estas vocales intertónicas desaparecen;  por tanto, abégula > abégla. El siguiente paso en el romanceamiento es la vocalización de las consonantes velares agrupadas ya sea k o g en i, que es la palatal cerrada o yod: abégla > abéyla (abéila), paso que debe resaltarse en la evolución, ya que origina la yod, fenómeno fonético  fundamental para la explicación del romanceamiento del latín a las diferentes lenguas romances o neolatinas. En abéila se encuentra la i del diptongo, la i semivocal que cierra la sílaba y que es la yod con sus dos funciones: cerrar a la vocal inmediata y palatalizar a la consonante inmediata. De abéyla se encuentra en francés abeille (abeja), ejemplo que nos permite ver con gran claridad, de manera simultánea, la permanencia de la vocal e que se mantiene cerrada, puesto que no se diptonga, y la vocalización en palatal de la consonante g en yod: abégle > abéyle (abéile). La e tónica tiende a diptongarse en español: lépore > liebre. En abeille, la e no diptonga porque la yod lo impide, cierra a la vocal y, esta misma yod palataliza la consonante inmediata, es decir, la l pasa a ll:  abéyle > abeille. En español, la yod, una vez que hace su trabajo, desaparece, y de esta manera se obtiene de abéilla > abélla. Finalmente, el español evoluciona la palatal ll en j, quedando: abélla > abeja.
Hay una gran distancia entre apícula y abeja; empero, al pensar en apicultura (cultivo de las abejas) se encuentra, por medio del significado, el eslabón que asocia una palabra con otra. El enlace parece perderse en el sufijo -culus, a, um, que por sus sonidos no aparenta guardar relación alguna con el sufijo -ejo, a,  pero que, como se ha visto, sí existe un íntimo parentesco entre ellos, ya que el segundo es resultado del primero.

Juguemos.
Observe y reconozca los siguientes sustantivos griegos: mys, myós, ratón, músculo; sufijo -oma, tumor; álgos, dolor; asthenées, débil; cytos, célula; máchee, lucha; bátrajos, rana; pterón, ala; myoo, cerrar; oús, ootós, oreja; óops, oopós, ojo; píthecos, mono.
1. Mioma es                 (     ) mono ratón.     
2. Miositis es                (     ) célula muscular.
3. Mialgia es                (     ) ratón de manos aladas.
4. Miastenia es            (     ) la lucha de ranas y ratones.
5. Miopiteco es            (     ) tumor muscular.
6. Miocito es                (     ) cerrazón del ojo.
7. Batracomiomaquía  (     ) oreja de ratón.
8. mióptero es              (     ) debilitación de los músculos.
9. miopía es                  (     ) inflamación de los músculos.
10. miosota es              (     ) dolor muscular.
El diccionario registra un mayor número de derivados. ¿Cuántos más se pueden añadir?
¿Qué significará mióxidos y miótico?
Sergio Núñez Guzmán

jueves, 10 de abril de 2014

Ensayo etimológico acerca de 'Plegare, llegar' por Sergio Núñez Guzmán



PLEGAR, LLEGAR
                                                        Sergio Núñez Guzmán

Si a pluvia(l) corresponde lluvia, a plegar, llegar.
El lector intenta resolver sus dudas y acude al Drae (Diccionario de la Real Academia Española), que dice, en un pequeño paréntesis, lluvia del latín pluvia, y con esto se establece, seguramente con excepciones, que el grupo inicial de consonantes latinas cambió o evolucionó al pasar al español, por lo que pl pasa como ll, y por esto se puede suponer: plegar, llegar.
El Drae apunta llegar del latín plic_re, y de esta manera se encuentran otras evoluciones: la de i de la sílaba inicial en e y la de k(a) velar, sorda, intervocálica en g velar, sonora, intervocálica. La pérdida, además, de la e final, puesto que el español románico acepta la r como consonante final, y así de plic_re >plegar>llegar.
Es fácil observar la presencia de los cambios en las grafías: i en e, k(a) en g. Lo que es difícil de ver es la evolución no total sino parcial del fonema que es constituyente de  la palabra. La i y la e son vocales palatales, la primera cerrada y la segunda abierta, aquí está el cambio o evolución, la cerrada i a la abierta e. La i y la e siguen siendo vocales, sonoras, palatales, pero, una: cerrada (i) débil, y otra: abierta (e) fuerte. Algo semejante ocurre con k(a) y g; puesto que, las dos son velares oclusivas, una sorda y otra sonora, el cambio consistió en el paso de sorda a sonora.
Así, en consecuencia, plicare>plicar>plecar>plegar>llegar. Otro problema es intentar establecer cuál cambio fue primero y cuál después.
Se explican los cambios en los fonemas constituyentes de las palabras representados en las grafías que forman el significante o cadena hablada del signo lingüístico. Ahora, ¿cómo explicar los significados de plegar y llegar? Tienen un mismo origen; pero... la distancia semántica entre uno y otro es enorme. Si para explicar el significante se utilizó la diacronía, es decir, el estudio de los cambios sufridos por la palabra, a través del tiempo, ahora se busca el significado en un contexto histórico extralingüístico que nos permite, al menos, obtener una explicación lógica.
Parece que los marinos al llegar a puerto, plegaban sus velas.

'La zambullida' por Sergio Núñez Guzmán




La  zambullida  
Sergio Núñez Guzmán

Salir del D.F. y dirigirse a los Azufres de Michoacán hace volar la imaginación a los montes llenos de árboles. No es la mente sino los pulmones que se regocijan por aquel oxígeno desprendido de pinos y abetos, que renueva la vida del que camina por esos bosques. ¡Qué hermosura y qué belleza! Sale el camión del D.F. por esa enorme víbora periférica de múltiples focos  para hundir su cola en los pozos michoacanos, productores de electricidad, que iluminan sus tantos y tantos ojos enrojecidos y piel salpicada de  brillosas escamas amarillentas.  Reducir las muchas impresiones a este lenguaje resulta una aventura y un reto que no es posible soslayar. Mis pies ascienden por el lomo de la serpiente que se eleva a través del bosque, y muerde  sus cascabeles en las blancas nubes surgidas de las chimeneas de los dínamos que la mueven y la animan. La magia se convierte en pesadilla cuando los paseantes se embadurnan el rostro con lodo azufroso. Los pies siguen el camino asfaltado. Sorprende la soledad y tranquilidad de los bosques y el absoluto abandono de las plantas eléctricas. El paseante penetra y sale. Y al final cuando se abandona el sendero un triste anuncio doblado y semiborrado dice: "Se prohíbe el paso". Sólo los pinos, como guardianes solitarios, asoman sus cabezas al horizonte inmaculado y gritan eternidad, sus anchos troncos así lo dicen, y mueren erectos con los pies chamuscados por una tala hormiga de mano incógnita. El paseante observa y reflexiona. ¡Cómo nos atrevemos a perder esta belleza!

   El camión hace sonar su claxon para recordarnos que hay que volver. Vamos a tomar un baño de agua termal. La sorpresa es gigantesca pues el charco, a donde intento lanzarme, está más congestionado que un vagón de metro en día de quincena. Rehúso tal zambullida y bajo a caminar en la "Laguna larga". Tengo que pagar para poder hacer esto. En medio de mi impotencia, exclamo: tengo derecho de respirar los aires de mi patria.  ¡México! ¡México!

'Lo mismo' por Sergio Núñez Guzmán



Lo mismo
                                                        Sergio Núñez Guzmán


México D.F. D.F., sinónimo de contaminación. Salimos en busca de un mejor ambiente. La ilusión, aunque no juvenil, inquietaba a nuestros espíritus. Enmedio de la clase, consultar el reloj a hurtadillas, ver la hora, imaginar que dentro de unos momentos ya iríamos en la carretera. Salir corriendo a tomar la maleta y dirigirse de inmediato al punto de reunión. ¡Qué desesperanza! Llegar y no encontrar a nadie. La virtud de la puntualidad no es una de nuestras virtudes. Después de dos horas, partimos en aquel viejo camión, por todo el periférico, rumbo a Michoacán. Luces fugaces mezcladas con las lámparas de la avenida semejaban escamas o piel luminosa de una víbora que se extiende hasta no sabemos dónde. El D.F. crece, crece, ¿dónde termina? No lo sé. El camión se detiene. ¿Qué pasa? El chofer baja y minutos después vuelve a su sitio, y volvemos a partir. Alguien comenta: por esto cuesta más el viaje. Poco después el camino oscurece. Luces lejanas se pierden en la oscuridad. El camión se vuelve a detener y se repite la situación. Y el costo vuelve a subir. ¿Por qué se detiene el camión? Es la carretera libre, no la de cuota. Seguimos nuestro camino. Llegamos a nuestro destino. Y al día siguiente vamos al santuario de las mariposas. Es un paisaje distinto. Para mi visión es una sorpresa ver un paisaje donde no hay casas, donde sólo aparece de vez en cuando una casita rodeada de árboles y de campos cultivados. Mi espíritu se estremece. La comparación es obvia; sin embargo, la historia que forma parte de mi realidad no puede aceptar espacios tan enormes y tan verdes que no se comparan con aquel gris contaminado de donde vengo. En este instante surgen dos realidades incontrastables. ¿Por qué? El conflicto que se presenta entre aquella realidad de la cual vivo y esta otra realidad a la cual aspiro es insoluble. ¿Cómo resolver el dilema?... El camión sigue su curso, llegamos a un punto de nuestro destino, donde tenemos que transbordar y tomar una camioneta, que nos lleve al sitio donde se encuentran las mariposas. Aquella alegría y aquella ilusión obtenida del paisaje desaparece repentinamente al encontrar una verdadera multitud de gentes que desean lo mismo que nosotros. Los diferentes grupos de excursionistas pelean entre sí por la camioneta que los lleva a su destino. Finalmente, nuestro grupo logra subirse a un transporte de redilas sueltas por el mal trato. Iniciamos el recorrido alegres y entre risas, porque logramos lo que queríamos. La camioneta va por un camino, que no conoce la civilización, de tierra suelta, y muy empinado. Los bruscos giros del transporte hacen que los pasajeros se arremolinen y se apretujen a cada brinco. Las risas cesan. La actitud de los paseantes cambia. Las paredes del sendero crecen o decrecen con la luz del sol. El bosque simplemente ha desaparecido. No hay árboles. Los rostros ensombrecen. Recibimos un baño, no de humus, sino de polvo, como en aquel cuento, en donde después de pasar las carretas  la tierra se vuelve finita, finita, hasta convertirse en polvo. En esta oscuridad polvorienta la carcacha se detiene, y el chofer baja, delante de él, está lo que suponemos es un campesino que impide el paso del transporte, interrogamos qué pasa, y alguien responde que no podemos seguir, y preguntamos por qué. La respuesta es porque hay que pagar una cuota, y, naturalmente el costo del viaje sube, contestamos que esto no es un camino de cuota. La reflexión se hace presente. ¿Qué no es México? ¿Qué no somos mexicanos? El viaje sigue, previo pago, en medio del polvo, pues tanto adelante como atrás van otras camionetas semejantes a la nuestra. El aire se hace irrespirable. No nos reconocemos. Estamos bañados con aquello que parece tierra pero que tiene otros olores, repentinamente, una de las redilas se sale, y una mujer grita porque en su desesperación se agarró de otra redila, que de manera inexplicable, le machuca los dedos. Se le pide al chofer que pare y dice que no, porque según él, no puede detener a los transportes que lo siguen. Aquel encanto y aquella alegría del grupo ha desaparecido. Se llega al destino y antes de bajar del transporte, el chofer pide otra cooperación económica para el estacionamiento. Pero, ¿por qué?, si desde la salida se pagó el pasaje. Y ahora, ¿por qué? se tiene que pagar el estacionamiento, cuando el chofer debería pagar la curación de los dedos mayugados. La situación se vuelve trágica. El chofer está a punto de golpear a uno de los integrantes del grupo que está dispuesto a defenderse. Y yo pienso ¿acaso no se mata, de esta manera, a la gallina de los huevos de oro? En fin, estamos ahora frente a una choza que semeja una ventanilla de compra de boletos para poder subir a ver a las mariposas. Un anuncio dice que se hace el cincuenta por ciento de descuento a... lo que sigue está un tanto borrado o tachado y resulta indescifrable. Algunos del grupo muestran credenciales de maestros o de la tercera edad y se les contesta, no siempre de la mejor manera, que para ellos no hay descuento. Compramos los boletos de manera individual y comenzamos el ascenso. Aquello es el caos, el desorden más completo, todo, absolutamente todo, está lleno de gente, parece el metro Pino Suárez en viernes a las seis de la tarde. Ver los letreros referentes a la descripción de la vida y costumbres de las mariposas es penoso, pues ni de casualidad le ponen acento a palabras tan importantes como México o Michoacán. Algunos extranjeros que, por lo visto, son maestros de español en su país de orígen hacían referencia a las faltas de ortografía. Seguramente esto es lo menos importante. Es un camino largo, en ascenso, para llegar al sitio donde anidan las mariposas. No hay baños públicos para cubrir las necesidades de esta multitud que se vacía en este lugar. Hay vigilantes a lo largo del camino, ¿para qué sirven? La respuesta se encuentra cuando algún caminante urgido corre y se esconde detrás de un árbol, después sale despreocupado a incorporarse al caudal de humanos que transitamos por esos caminos, pero antes de que aquel urgido se pierda entre la multitud, uno de estos vigilantes amablemente le toca el hombro y simplemente estira la mano. Varios de nosotros observamos la escena. Vemos que el turista lo saluda y se despide con una sonrisa. Vemos al mismo tiempo que el vigilante se inclina y recoge algo. Alguien comenta: se le cayó el saludo. También esto es México. El grupo se ha desintegrado totalmente, no sabemos quién va adelante ni quien va atrás. Alguien que desciende nos dice que todavía nos falta mucho para llegar. La gente está cansada, unos siguen y otros regresan. El tiempo pasa rápidamente y solo unos cuantos logran ver a las mariposas. Los demás regresan al punto de partida. Salgo del santuario y busco a mi compañera, no la encuentro, y quiero regresar para ayudarla a bajar, se me impide el paso por que no presento el boleto de entrada, que no sé dónde lo dejé. Hay impotencia y hay malestar. Si quiero entrar, tengo que pagar otra vez. Veo que mi acompañante, arrastrando la cobija, está por llegar, corro a recibirla a pesar del jaloneo con el vigilante y salgo inmediatamente con mi mujer. ¡Son ejidatarios metidos a agentes turísticos! Los mexicanos sabemos hacer las cosas. Y aún faltaba el regreso. Ninguno de nosotros quería volver en la camioneta que nos trajo. Se había pagado el viaje completo. No se encontraba otra carcacha que nos regresara. Oscurecía y todos los grupos estaban saliendo y el ambiente se oscurecía más con el polvo que levantaban. Nuestro grupo estaba irritado, molesto, cansado y algunos decían: venir de tan lejos y sufrir tantas incomodidades para no ver a las mariposas. ¿Por qué estoy aquí? El regreso fue otra aventura, otra odisea. ¿Qué es lo que permite a una sociedad ser feliz? ¡México! ¡México!