El niño y su padre
Sergio Núñez Guzmán
La suave brisa levantaba la
blanca y transparente cortina de la ventana y al mismo tiempo el airecillo
cambiaba las páginas del libro colocado sobre aquella mesa que servía de
escritorio. El hombre viejo estaba sentado en aquel sillón reclinable donde por
momentos dormitaba. Aquel pequeño con sus manecitas intentaba jalar la áspera
mano del abuelo, el hombre extendía su mano y el niño corría sin dejarse tocar.
¿Dónde empezó este juego? Aquel vientecillo tibio y acariciador producía sus
efectos sobre el viejo y el viejo soñaba, pensaba, estaba.
Soy el niño que camina tras
su padre, hombre en plenitud de la vida que llevaba el azadón al hombro, y que
con el movimiento de su cuerpo, sin apartar con las manos las largas y
onduladas hojas del maizal producía aquel sonido que despertaba dulces
recuerdos del niño ahora viejo. La milpa, el esfuerzo de su padre, presentaba
una de las mejores cosechas que estaban a punto de cosecharse. Y ahora recuerdo
que ese año tuvo hambre. ¿Por qué? No había explicación posible, lo supo muchos
años después.
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