¿A quién le importa?
Sergio
Núñez Guzmán
Uno de los
pocos placeres que tiene el habitante de esta contaminada ciudad es el buscar
oxigenar los pulmones yendo a caminar a un sitio arbolado. Para el habitante
del sur de esta urbe, el encuentro de un sitio arbolado como lo es el bosque de
Tlalpan representa un agrado que se repite puesto que las personas solemos
gustar de la hermosura; y esto es el bosque de Tlalpan: la hermosura, la
tranquilidad y la paz, el oxígeno dador de vida y de alegría para el ciudadano
común y corriente amante de los bellos senderos del bosque.
La gente
termina por acostumbrarse a ir lo más seguido posible a caminar y a ejercitar
el cuerpo. Las edades de los paseantes van desde la más tierna juventud hasta
personas de la llamada tercera edad. Hay que decir, en honor de la verdad, que
predominan los adultos. Quien escribe estas líneas ha gozado enormemente de
esta experiencia, de darse el lujo de perderse entre los árboles. Las visitas
han sido continuas, pero... interrumpidas por diversos periodos debido a las
necesidades del trabajo.
En esta edad adulta,
muchos de los que vamos a caminar al bosque, tal vez buscamos cansar el cuerpo
para descansar al espíritu.
Hacer el
recorrido, más o menos completo, de la periferia del bosque lleva
aproximadamente dos horas. En ocasiones, con paso lento, en otras, con paso
rápido y, seguramente dependiendo del estado de ánimo, se va por los senderos.
El cuerpo muestra su agrado por el sudor que exhala, adquiere otra temperatura,
paulatinamente surge la agradable necesidad de saciar la sed. El caminante
aprieta el paso para llegar al hidrante que está casi a la entrada principal
del bosque, ahí premia su propio esfuerzo bebiendo de la llave, de la que brota
agua fresca, se siente un sabor distinto, sabor degustado por el esfuerzo
corporal. Se da el placer no comprado de saciar la sed.
El cansado y
sediento el hombre llega presuroso al bebedero y al ir a calmar la sed
encuentra la manija de la llave quitada y quiso convertir su mano en pinzas
para poder girar el perno que impedía la salida del agua. Al buscar respuesta,
encontró otra llave más abajo de la mitad del hidrante con su correspondiente
manija; sin embargo, para las personas de edad avanzada es casi imposible
inclinarse hasta muy cerca del piso y extender los brazos para recibir en el hueco
de sus manos el chorro de agua calmante de la sed y, muchas personas, con
mirada triste y con los pies salpicados y mojados, simplemente se retiran.
Casi enfrente
de la llave está un próspero negocio de jugos y junto a él una enorme tina con
montones de botellas plásticas de agua cubiertas de hielo.
Dos días
después la llave se había reemplazado por otra.
¿A quién le importa?
Bosque de
Tlalpan 12 de julio de 1997
Sergio Núñez
Guzmán
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