lunes, 31 de marzo de 2014

'Viaje al paraíso (II de IV) por Sergio Núñez Guzmán



VIAJE AL PARAÍSO (II de IV)
Sergio Núñez Guzmán
Carretera y montaña corren de la mano, cuando el ardiente y temeroso camino se detiene, y ve a la calurosa montaña lanzarse al mar en busca de frescura, mientras, desde la altura, el antropófago galgo observa como el oleaje, con suave caricia, esculpe deformadas figuras en piedras que las sombras del anochecer intentan humanizar, y sólo el fuego de las hogueras hace bailar los riscos insensibles al cantar marino. El agua pacientemente transforma la roca en arenillas que compiten con la eternidad y ensanchan la playa. En las asimétricas distancias corren palmeras delgaditas de cintura  y de jugosos senos. Plantas y hierbas adornan el paisaje detenido por la pétrea muralla que se levanta imponente en donde las cactáceas crecen en el vacío de grietas imposibles de alcanzar. Los ojos persiguen la línea del horizonte y cada vez se elevan un poco al destacarse las crecidas cúpulas de árboles tropicales. Del bosquecillo se desprenden fragancias inesperadas y frutos que  animales desdeñosos pisotean. La natural pared  paulatinamente, lentamente se convierte en barranca,  se acrecienta en cumbre y retorna cañada por la que descienden aguas perfumadas de risas. Los líquidos surcos son trinos de pájaros no escuchados. Riachuelo de colores vivos que desemboca en el edén de la playa tropical.
Despertar travieso cuando la compañera asoma el rostro en la tienda de campaña y con mano recién salida del arroyo salpica el rostro y se repite el juego eterno entre ella y él. El suave y pequeño declive se deslava en el ir y venir de las olas y la tienda cae y las risas se convierten en alegría de vivir.
El hambre recuerda tareas cotidianas. La vida convierte al hombre en pescador improvisado. Adán pesca mientras Eva recoge ramas secas. Llega él con el pescado y ella no puede arreglarlo, mientras, él, con manos inútiles, desperdicia cerillos; ella ríe, corre, él la persigue. Las arenas de la playa muestran pasos irregulares. Las olas discretas borran las huellas del encuentro. El mar canta a la vida con la inmensidad de un rumor infinito y las risas callan.
Se corre,  se juega, se ama, se vive. La piel enrojece, ennegrece. Surge el dolor y la manzana de la discordia. ¿Por qué no trajiste la crema para el sol?  El allá está aquí.
Seres primitivos, prácticamente desnudos, se acercan, reclaman un pago por haber ocupado, con las tiendas de campaña, un pedazo de playa que ellos demandan como suyo. Eran pescadores astutos, cobradores de una cuota de felicidad a los tímidos turistas. El infierno de la miseria se hace presente. Los turistas incrédulos pagan el sueño de las vacaciones con una limosna de indiferencia.                                                                             

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