VIAJE AL PARAÍSO (II de IV)
Sergio Núñez
Guzmán
Carretera y montaña corren
de la mano, cuando el ardiente y temeroso camino se detiene, y ve a la calurosa
montaña lanzarse al mar en busca de frescura, mientras, desde la altura, el
antropófago galgo observa como el oleaje, con suave caricia, esculpe deformadas
figuras en piedras que las sombras del anochecer intentan humanizar, y sólo el
fuego de las hogueras hace bailar los riscos insensibles al cantar marino. El
agua pacientemente transforma la roca en arenillas que compiten con la
eternidad y ensanchan la playa. En las asimétricas distancias corren palmeras
delgaditas de cintura y de jugosos
senos. Plantas y hierbas adornan el paisaje detenido por la pétrea muralla que
se levanta imponente en donde las cactáceas crecen en el vacío de grietas
imposibles de alcanzar. Los ojos persiguen la línea del horizonte y cada vez se
elevan un poco al destacarse las crecidas cúpulas de árboles tropicales. Del
bosquecillo se desprenden fragancias inesperadas y frutos que animales desdeñosos pisotean. La natural
pared paulatinamente, lentamente se
convierte en barranca, se acrecienta en
cumbre y retorna cañada por la que descienden aguas perfumadas de risas. Los
líquidos surcos son trinos de pájaros no escuchados. Riachuelo de colores vivos
que desemboca en el edén de la playa tropical.
Despertar travieso cuando la
compañera asoma el rostro en la tienda de campaña y con mano recién salida del
arroyo salpica el rostro y se repite el juego eterno entre ella y él. El suave
y pequeño declive se deslava en el ir y venir de las olas y la tienda cae y las
risas se convierten en alegría de vivir.
El hambre recuerda tareas
cotidianas. La vida convierte al hombre en pescador improvisado. Adán pesca
mientras Eva recoge ramas secas. Llega él con el pescado y ella no puede
arreglarlo, mientras, él, con manos inútiles, desperdicia cerillos; ella ríe,
corre, él la persigue. Las arenas de la playa muestran pasos irregulares. Las
olas discretas borran las huellas del encuentro. El mar canta a la vida con la
inmensidad de un rumor infinito y las risas callan.
Se corre, se juega, se ama, se vive. La piel enrojece,
ennegrece. Surge el dolor y la manzana de la discordia. ¿Por qué no trajiste la
crema para el sol? El allá está aquí.
Seres primitivos,
prácticamente desnudos, se acercan, reclaman un pago por haber ocupado, con las
tiendas de campaña, un pedazo de playa que ellos demandan como suyo. Eran
pescadores astutos, cobradores de una cuota de felicidad a los tímidos
turistas. El infierno de la miseria se hace presente. Los turistas incrédulos
pagan el sueño de las vacaciones con una limosna de indiferencia.
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