lunes, 31 de marzo de 2014

Viaje al paraíso (III de IV) por Sergio Núñez Guzmán



VIAJE AL PARAÍSO (III de IV)
Sergio Núñez Guzmán

Una hermosísima construcción existe en la cumbre del precipicio costero. La pared del acantilado se escinde en dos, y así, nace una hendidura, que aparentemente corre desde lo alto a los bajos de la playa. Hay, en este corte de la naturaleza, una escalera construida con regularidad arquitectónica y con cortadas piedras de río. Fuertes contrastes surgen en la irregularidad de las peñas diseñadas libres del capricho humano y la expresión del deseo pagado con dinero. El tenue colorido de las rocas compite con el rojo de flores en racimo, desatadas de las enredaderas colgantes y, con el verdor de los goteantes musgos, unas y otras gritan su alegría en las cataratas desprendidas del insólito matrimonio entre la libertad  y el capricho. La escalera rompe la lógica de la razón por no tener una supuesta continuación, pues se pierde detrás de un peñasco; sin embargo, a mitad del abismo, aparece la boca de una cueva de pirata, la abertura de esta garganta es una puerta de gruesos maderos con herrajes metálicos, que, al abrirse, queda convertida en puente levadizo, y luego, con elegancia, cubre el vacío entre el muro en que se encuentra y aquella otra saliente de la pared vecina, de esta forma, la escalera  retoma su camino y desciende, en juguetona paz, a la playa, donde desemboca en una reja de dos hojas, ahí se representan, a la izquierda, una niña desnuda; a la derecha, un niño, también desnudo, y ambos, jugando, se lanzan chorros de agua.
Sonidos extraños, emitidos desde lo alto, obligan al espectador a levantar la vista y a observar cómo el puente, con un rechinar de cadenas, se desploma al extremo de la escalera truncada. El yo exclama: ¡quiero subir al cielo! Sólo, como respuesta, el crujir de los eslabones eternamente encadenados grita: ¡desciende al infierno!
El cansancio de la humanidad  busca el reposo en el balanceo de las hamacas. El monótono movimiento arrulla. Los ojos inconscientes se cierran. El caótico pensamiento desea prolongar la tranquilidad del momento y no quiere reflexionar en el allá. La suave brisa, húmedo viento, relaja las tensiones de músculos y de mente. En medio del ensueño, el recuerdo del allá impone abrir los ojos para confirmar el aquí. La evocación de la multitud se encuentra en el yo. La voluntad grita: olvida el allá, olvida los fortuitos apretones en el metro. Una protesta desesperada, firme, surge de las entrañas y dice: estoy aquí, en el paraíso. El dedo índice oprime el control, abiertos los ojos, sombrías figuras televisivas se mueven en la pared de mi acantilado.


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