VIAJE AL PARAÍSO (III de IV)
Sergio Núñez
Guzmán
Una hermosísima construcción
existe en la cumbre del precipicio costero. La pared del acantilado se escinde
en dos, y así, nace una hendidura, que aparentemente corre desde lo alto a los
bajos de la playa. Hay, en este corte de la naturaleza, una escalera construida
con regularidad arquitectónica y con cortadas piedras de río. Fuertes
contrastes surgen en la irregularidad de las peñas diseñadas libres del
capricho humano y la expresión del deseo pagado con dinero. El tenue colorido
de las rocas compite con el rojo de flores en racimo, desatadas de las
enredaderas colgantes y, con el verdor de los goteantes musgos, unas y otras
gritan su alegría en las cataratas desprendidas del insólito matrimonio entre
la libertad y el capricho. La escalera
rompe la lógica de la razón por no tener una supuesta continuación, pues se pierde
detrás de un peñasco; sin embargo, a mitad del abismo, aparece la boca de una
cueva de pirata, la abertura de esta garganta es una puerta de gruesos maderos
con herrajes metálicos, que, al abrirse, queda convertida en puente levadizo, y
luego, con elegancia, cubre el vacío entre el muro en que se encuentra y
aquella otra saliente de la pared vecina, de esta forma, la escalera retoma su camino y desciende, en juguetona
paz, a la playa, donde desemboca en una reja de dos hojas, ahí se representan,
a la izquierda, una niña desnuda; a la derecha, un niño, también desnudo, y
ambos, jugando, se lanzan chorros de agua.
Sonidos extraños, emitidos
desde lo alto, obligan al espectador a levantar la vista y a observar cómo el
puente, con un rechinar de cadenas, se desploma al extremo de la escalera truncada.
El yo exclama: ¡quiero subir al cielo! Sólo, como respuesta, el crujir de los
eslabones eternamente encadenados grita: ¡desciende al infierno!
El cansancio de la
humanidad busca el reposo en el balanceo
de las hamacas. El monótono movimiento arrulla. Los ojos inconscientes se
cierran. El caótico pensamiento desea prolongar la tranquilidad del momento y
no quiere reflexionar en el allá. La suave brisa, húmedo viento, relaja las
tensiones de músculos y de mente. En medio del ensueño, el recuerdo del allá
impone abrir los ojos para confirmar el aquí. La evocación de la multitud se
encuentra en el yo. La voluntad grita: olvida el allá, olvida los fortuitos
apretones en el metro. Una protesta desesperada, firme, surge de las entrañas y
dice: estoy aquí, en el paraíso. El dedo índice oprime el control, abiertos los
ojos, sombrías figuras televisivas se mueven en la pared de mi acantilado.
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