viernes, 21 de marzo de 2014

Traducción de 'Young Ladies Don't Slay Dragons' por Sergio Núñez Guzmán



Traducción al español de Young Ladies Don’t Slay Dragons
Las damas jóvenes no matan dragones
Autor: Joyce Hovelsrud
Traducción: Sergio Núñez Guzmán

Un dragón con excesivas intenciones malvadas era un problema en el palacio de Hexagón. Noche y día estaba en acecho cerca de los muros del patio, arrojando fuego y humo y rugiendo de la manera más terrible. Las cosas estaban mal para la familia real.
“Piedad” decía la reina.
“‘Dios mío”, decía el rey. “Uno de estos días conseguirá una llamarada realmente ardiente y cuando haga ¡puf! Eso será”.
“Bueno, ¿qué vas a hacer?”, preguntó la reina con aspereza. “Lo que quiero decir es que no puedes sólo sentarte ahí a contar tu dinero e ignorar los problemas”.
“He solicitado a cada hombre valeroso en el reino que mate al dragón”, dijo el rey. “Todos expresaron que tenían cosas más importantes que hacer”.
“Tonterías”, dijo la reina con un gesto velado. “¿Qué podría ser más importante que salvar el palacio de un dragón monstruoso? Quizás ofreciéndoles una recompensa”.
“Les ofrecí una recompensa”, dijo el rey. “Nadie parece interesado”.
“Bueno entonces hay que ofrecer algo de valor para despertar el interés”, dijo la reina. Y dicho esto, con un golpe puso la jarra de la miel sobre la mesa y zapateando salió de la pieza.
“Mataré al dragón”, dijo la princesa Penélope, al dar un salto desde atrás de un viejo traje de armadura. Ahí, sólo había sucedido que se escuchaba la conversación mientras aceitaba un ensamble mohoso.
El rey parpadeó los ojos dos veces: una vez con sobresalto porque se le tomó de sorpresa, y la segunda vez, con orgullo porque fue apresado por la belleza deslumbrante de su hija. “No puedes matar un dragón”, le dijo. “¿Por qué no vas a tejer un chaleco para el perro lanudo de palacio o algo así?”
La princesa dobló el brazo de la armadura antigua. “¿Ves? No más clic”. Sonrió.
“No más clic”, dijo el rey vagamente.
“Y precisamente fijé también el puente levadizo”, dijo la princesa. “No tendrás que preocuparte más por el rechinido”.
“clic, clac, cloc,”, dijo el rey. “De cualquier manera, tengo preocupaciones más importantes”.
“Lo sé”, dijo Penélope. “El dragón. Dije que yo lo mataría por ti”.
“Tonterías”, dijo el rey. “Las damas jóvenes no matan dragones”.
“No aceitan armaduras ni tampoco fijan puentes levadizos”, dijo la princesa en relación a lo hecho.
El rey se rasco la cabeza y por un momento meditó acerca de esto. La princesa Penélope siempre estaba dándole algo en qué pensar. Por algo, consideró que la belleza de su hija era incomparable al lado de cualquier princesa sobre la tierra, aunque parecía que nunca se conducía como las princesas hermosas deben.
“Matar dragones es trabajo de hombres”, dijo al fin, “y eso es eso”.
La princesa en realidad no pensó que era eso. Pero sabía lo que su papá decía. Así, de cualquier modo, no le dijo más acerca del asunto.
Le parecía que una dama joven podía hacer cualquier cosa que quisiera, si su intención era hacerlo. Y en sus años tiernos había decidido muchas cosas que el rey y la reina habían dicho que sólo los hombres podían hacer.
Una vez talló un silbato de una vara verde de sauce, cuando se suponía que  estaba cosiendo una costura fina.
En una ocasión, construyó una jaula para el mergo, cuando se suponía que estaba practicando su lección de laúd.
Y otra vez, incluso, mató un ratón. Había entrado a la recamara para encontrar a su mamá parada sobre una silla y gritando, como las reinas lo hacen en presencia de los ratones. “No te preocupes mamá, lo atraparé”. Penélope dijo.
“Las damas jóvenes no matan ratones”, dijo la reina. “Por amor de Dios, párate sobre una silla y grita conmigo”.
Pero Penélope no se paró sobre la silla ni gritó. Cogió al ratón y dispuso de él con oportunidad.
Bueno, también dispondría del dragón. Y conseguiría algunas ideas acerca de cómo ir por él.
Fue a hablar con el cocinero real. “Cómo matarías a un dragón?” preguntó.
“Le desprendería la cabeza con un cuchillo para trinchar”, dijo el cocinero. “Pero, de seguro, no podrías hacer eso”.
“¿Por qué no?” preguntó la princesa.
“Las damas jóvenes no matan dragones”, el cocinero dijo.
“Mi papá también dijo eso”, respondió Penélope, y se fue a platicar con el sastre real.
“¿Cómo matarías un dragón?” preguntó.
“Le atravesaría el corazón con una aguja larga”, el sastre dijo.
“¿me prestarías una aguja larga?” preguntó la princesa.
“Las damas jóvenes no matan dragones”, dijo el sastre. “Además, no tengo una aguja suficientemente larga o suficientemente fuerte”.
Por lo que la princesa Penélope fue con el bufón de la corte real. “¿Cómo matarías un dragón?” preguntó.
“Le contaría un cuento tan gracioso que se moriría de la risa”, dijo el bufón.
“¿Sabes un cuento tan gracioso?” preguntó Penélope.
“No hay ningún cuento tan gracioso”, dijo el bufón. “Además, las damas jóvenes no matan dragones”.
“Te sorprenderías”, dijo la princesa y fue a hablar con el mago aristocrático. “¿Cómo matarías un dragón?” preguntó.
El mago real reflexionó un largo rato. Entonces dijo: “¿por qué quieres saber?”
“Porque quiero matar al dragón”, Penélope dijo en relación al hecho.
“Bien, si en realidad quieres la verdad”, dijo el mago, “el hecho es que las damas jóvenes no matan dragones”.
“¿Cómo sabes que no?”. Penélope pregunto.
“Todo el mundo lo sabe”, el mago dijo. “No me preguntes cómo lo sé, sólo es un hecho”.
“Bien, entonces”, la princesa dijo, “¿si un joven valiente quisiera salvar el palacio de una ráfaga de humo, lanzando una flama al dragón cruel y malvado, ¿qué consejo le darías?” El mago aristocrático arrugó el ceño, entrecerró los ojos e hizo arcos con los dedos, mientras pensaba. Entonces dijo: “Le aconsejo combatir fuego con fuego”.
“Entiendo” dijo Penélope.
“Mis pies están fríos”, dijo el mago. “Hazme un favor y acerca aquella cubeta caliente por acá. Quiero calentar mis pies en ella”.
Penélope hizo tal como le ordenó. ‘¿De qué manera haces para que la cubeta permanezca caliente?’ preguntó.
“Se llenó con un líquido mágico que arde sin fuego”, dijo el mago. “Lo inventé yo mismo”.
“Una buena cantidad de magia”, dijo Penélope con admiración. “¿Puedes conseguir que el líquido se queme?”
“Si quiero llamas, antes pongo una brasa dentro de la cubeta”, dijo el mago. Y después, se quedó dormido. Siempre se quedaba dormido después de hablar tres minutos, y ¡vaya! sus tres minutos terminaron. Además, era el momento de la siesta para todos en el palacio.
Pero, !cómo alguien podía dormir con el rugir terrible del dragón¡, lo que era un misterio para Penélope. Y cómo alguien podía dormir mientras el mal amenazaba el palacio, lo que era otro misterio para ella.
El mago le había dado una idea a la princesa, y todavía, caminó de puntitas fuera de la pieza. Encontró una pipa en su colección de hierro y la selló en un extremo. Regresó caminando de puntitas al cuarto del mago y llenó la pipa con el líquido de la cubeta mágica. Con unas tenazas, tomó una brasa del fuego y salió de puntitas. Se detuvo en el gran salón largo rato, suficiente, para ponerse el traje de armadura menos el yelmo que le hería las orejas y colgaba a poca altura sobre sus ojos. Al fin encontró un escudo que podía levantar.
En seguida, haciendo ruido, se abrió paso a través del patio al portalón. Aunque no era lo suficientemente fuerte para abrirlo, consiguió empujarse de costado por los barrotes de hierro. Y no tenía el más mínimo temor.
Ahora bien, el dragón era el más grande, el más feroz dragón que jamás existió. La princesa Penélope no sabía el por qué, pero más bien lo sospechaba, pues, además ¿por qué no vendrían los hombres valientes al reino a matarlo?
Y el dragón, que también era el dragón más sabio que alguna vez vivió, tenía el presentimiento que alguien lo perseguía. Por eso se arrastró con lentitud alrededor de los muros para ver quién era, rugiendo con rugidos aterradores y arrojando llamas al cielo, repleto de fuego y de humo tal como iba.
“Quiero que no humeara tanto”, murmuró Penélope, cuando avanzó con cautela tras él. Al rodear la esquina, sólo pudo salir la punta monstruosa de la cola del dragón perdiéndose de vista a la vuelta de la siguiente esquina.
“Nunca hará esto”, dijo después de la tercera esquina. Al volver, se deslizó al otro sentido, y ¡se encontró con el dragón cara a cara!
Ahora, no es fácil describir la batalla violenta que se originó, pero fue algo como esto.
“Detente o dispararé”, dijo Penélope en calma.
“¿Qué está haciendo una muchacha bonita como tú fuera de su casa matando dragones?”, se burló el dragón, cuando caminó hacia ella, parpadeando varias veces a causa de la belleza deslumbrante de Penélope.
“Dije, detente o dispararé”.
“No dispares a los dragones”, el dragón dijo, acercándose más. “Siempre escuché que a todos los matan con espadas”.
“No soy como todos de los que siempre escuchaste”, Penélope dijo.
“Me pregunto por qué es esto”, el dragón dijo. Y aunque no lo sabía en el momento, el dragón había hablado sus últimas palabras.
La princesa Penélope levantó su pipa de plomo, encendió el líquido con su brasa caliente, y asestó al dragón mortal, un soplo mortal.
Después de esto, nadie creería el fuego terrible que siguió, por lo que no es necesario describirlo. Pero fue como el fin del mundo.
Por último, el humo se disipó. Y ahí, estando de pie, entre los restos calcinados del dragón más feroz del mundo, estaba el príncipe más hermoso del mundo. Penélope no podía creer a sus ojos.
“He estado esperando que pasara algo como esto”, dijo el príncipe, mostrando una hermosa sonrisa y parpadeando con un guiño atractivo. “De seguro te casarás conmigo”.
Pero, Penélope era la princesa más hermosa del mundo. Teniéndola por esposa era más de lo que el príncipe hubiera soñado, en especial, mientras  brincaba  en el cuerpo de un dragón.
“Tengo un reino diez veces el tamaño de este parche de garbanzo”. Añadió, “y es todo tuyo si dices sí”.
Penélope estuvo con la mirada perdida un largo rato. Con aire pensativo dijo: “He estado esperando a alguien como tú que me pidiera algo como esto. Pero primero hay algo que debes saber acerca de mí. Solamente sería feliz siendo la reina y haciendo cosas de reina. Me gusta arreglar puentes levadizos, construir casas para pájaros, matar dragones y esa clase de cosas”.
‘También resulta que tengo puentes, pájaros y dragones para regalar,’ dijo el príncipe esperanzado.  “Entonces mi respuesta es sí”, dijo Penélope.
Y con esto ensillaron un caballo blanco y cabalgaron a la puesta del sol.
Ahora bien, aún cuando éste es el fin de la historia, se dan cuenta, seguramente, que todavía están viviendo con dicha desde entonces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario