Impresiones
de un viaje al sureste mexicano
Sergio
Núñez Guzmán
Mis ojos de capitalino, cien por ciento chilango,
empezaron a descubrir otros colores, al salir del Distrito Federal; ojos
acariciados por el color verde de los bosques de coníferas, que surgen a los
márgenes de la autopista a Puebla, ojos nuevamente acariciados por el blanco
inmaculado de las nieves del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl, cumbres que
asoman fugaces por el movimiento de las nubes y del autobús. Sorpresa continúa el
paisaje.
El hombre deja de ser la multitud del metro Pino
Suárez, para convertirse en la persona que camina en alguna vereda cercana a la
carretera. Descubro, de pronto, una distancia entre el aquél y el yo. ¿En qué
consiste esta distancia?
Pasamos Puebla, que sólo fue un anuncio en la
carretera. Las coníferas quedaron atrás, aparecen cactáceas, nopaleras cargadas
de tunas. La vista sigue alegre, viendo verde, otro verde, siempre verde. Cruza
por la imaginación aquel otro color defeño y se hacen palpables los verdes.
Surge el aquí y el allá.
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