sábado, 8 de febrero de 2014

Cancùn. Sergio Nùñez Guzmàn



CANCÚN
Sergio Núñez Guzmán
         Agosto 1991

-¿Qué contemplaron tus ojos en Cancún?
-Mis ojos advirtieron muchas, muchísimas cosas. Algunas las quiero recordar y otras, no.
-Cuéntame las que no quieres recordar.
-¿Por qué?
-Porque esas son las interesantes.
-Hablar de ellas es no siempre buscar lo mejor de nuestro mundo.
-Cuéntamelas.
-Te diré lo humano y lo inhumano, aunque no sabría distinguir entre lo uno y lo otro, pues pienso que el paraíso es un mundo vegetal representado por lo verde de sus plantas, y efectivamente, Cancún es un paraíso verde convertido en un infierno verde para el mexicano. Antes que me interrogues te responderé. Es el infierno verde de los dólares, todo se cotiza en dólares, aunque te lo pongan en pesos.
Lo que no puedo creer es que para visitar una playa mexicana, un mexicano le tenga que pedir permiso a los güeros. Ya sé, no me interrumpas. Te contestaré de inmediato, sabías que las playas ya son privadas. No, seguramente no. Los mejores hoteles están en las mejores playas y por tanto son dueños de esas playas. Tú, mexicano, si puedes pagar tu estancia en uno de estos hoteles de cinco o más estrellas, tendrás derecho al acceso a estas playas, si no tendrás que ir a parar a un hotel de segunda, de tercera o cuarta categoría, que como una concesión o como un arreglo, podrá darte un pase para que utilices la playa de tal o cual hotel y, claro, todo está incluido en el precio del hotel, pero qué precio.
Caminar por las calles de Cancún es ver cómo los prestadores de servicios discriminan a los rostros morenos a los que simplemente desconocen, y cómo materialmente se arrastran siguiendo a los güeros a quienes ofrecen sus favores. Y cuando después la curiosidad te obliga a acercarte a una de estas mesas en donde están los prestadores de servicios y preguntas por el costo de una excursión. Te ven y con una descortés y tajante respuesta, te contestan que la más barata excursión vale tantos dólares, y que transformada en pesos representa no sabes cuántos salarios mínimos de los que, naturalmente, no puedes disponer. Un íntimo grito sacude tu ser. ¿Qué haces aquí?, en este extranjero paraíso verde, pues tú, mexicano, eres extranjero en tu propia patria.

Xcaret, sueño de un mexicano en el extranjero, ¡Xcaret!, ¡Xcaret! Tu compañera simplemente te dijo vamos a la playa. ¿Cuál? El viaje, el sueño de nuestra vida, se escurría entre nuestras manos como un puñado de fértil tierra negra en donde nuestra imaginación quiso ver correr las blancas arenas de las playas de Cancún. En esos momentos pensé en la devastación  de las selvas y de los bosques de la península de Yucatán. Me estoy preguntando qué puedo hacer para no perder lo que es mío, pues también soy mexicano, aunque soy defeño. Y estando aquí, en Cancún, viendo los ojos de mi mujer, me pregunto dónde estoy, de dónde vengo y a dónde voy. ¿Mexicano, quién eres? Y me contesto soy yo, México.
Veo el horizonte lleno de torres de hoteles y no hay eco que me responda.
Mi vista reposa en los camiones detenidos en el alto y que pintados con hermosos paisajes dicen Xcaret, volteo el rostro y en un camión de transporte público veo down town y molesto giré la cara y veo escrito dezima caye. Cerré los ojos; y sin embargo, la tristeza me invadió y un enorme grito surgió de mi garganta en forma de aullido: ¿por qué? Mexicano, no hay peor ciego, que aquel que no quiere ver, y no hay peor sordo que aquel que no quiere oír. ¿Es una cita bíblica? Entiende mexicano, si quieres entender.
Y volvimos a nuestro destartalado camioncito que por momentos en lugar de aire frío lanzaba bocanadas de aire caliente como clima artificial. Todo estaba incluido en el precio.

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