Cozumel
Sergio Núñez
Guzmán
Agosto 1991
-Háblame de Cozumel.
-¿Para qué o por qué?
-Tan a flor de piel tienes tu mexicana sensibilidad.
-Quisiera responderte que todo es fantasía, y
que son palabras que se lleva el viento; pero... si te contesto es porque
espero despertar tu conciencia y la mía de mexicanos.
-Pero despiértala bien, porque a veces no te
entiendo
-¿No me entiendes?
-Sí, lo de dedcima caye.
-¿Cómo es posible que se escriba inglés sin
faltas de ortografía? Sí, lo de down town,
que los prestadores de servicio pronuncian daun taun y que no pronuncian
doun toun. Si escribes dedsima kaie, lo estás escribiendo muy mal, estás
destruyendo nuestra lengua, aquello que permite identificarnos como mexicanos,
aquello que consiente conocer y ahondar en nuestras propias raíces. Trata de
imaginarte a un güero que por presiones económicas y presiones imperialistas se
vea obligado a decir doun toun.
-Es incomprensible.
-Pues lo mismo es con el español en dedsíma
kaíe.
-No entiendo. No se entiende.
-Ves, ni tú ni yo, lo entendemos.
-Pero, esto no te sucedió en Cozumel, esto te
sucedió en Cancun. ¿Qué te sucedió en Cozumel?
-En Cozumel, ¡ay!, en Cozumel. En una tiendita
situada no en una de las principales calles vi el siguiente anuncio: "We
speak english, french, german. Se abla espagnol".
-¿Realmente eso viste?
-Ahora
que estoy aquí, platicando contigo, deseo imaginar que todo fue un sueño; sin
embargo, la realidad es otra y esa realidad con toda su crudeza es nuestra.
-¿Por qué guardas silencio?
-Porque simplemente duele.
-Pero qué te duele.
-Tener que hablar inglés, una lengua
extranjera, en mi propia tierra. Y que nuestro español esté pisoteado por
propios y extraños.
-Y, ¿por qué lo dices?
-Porque primero se hablan otras lenguas y casi
o más bien sin el casi se nos hace el favor de decir que también se habla
español, y yo me pregunto qué clase de "espagnol" es el que se habla.
No me pidas que te explique lo que se lleva en el cuerpo y en el alma, la
lengua que nos acompaña desde que nacemos hasta que morimos.
-Tu visión es muy pesimista.
-Y, ¿cuál es el principio de realidad?
-No lo comprendo.
-El mundo que construimos con estas palabras
que nos permiten ser lo que somos. Y no me digas que no entiendes puesto que si
estamos aquí es porque nos entendemos y nos entendemos porque tanto tú como yo,
hablamos español. Es lo que nos permite estar aquí y ser ahora, sin nuestro
español no estaríamos hablando y por tanto no podríamos ser ni estar.
-Ya te entendí, cuando permitimos que destruyan
nuestras palabras, nuestra lengua, están destruyendo nuestro ser y nuestro
estar.
-Es importantísimo el ser conscientes de lo que
somos para defender lo nuestro, aquello que nos permite ser y estar.
-Oye, estamos locos.
-No, no lo estamos. Tenemos que aprender a
defender lo nuestro.
-¿Estás enojado?
-No, estoy molesto porque nosotros, los
mexicanos, somos tan inconscientes que permitimos se desplacen nuestras
palabras por otras extranjeras como lo de down town. ¿Por qué el camión para el
público "mexicano" no decía simplemente centro?
-¿Estás cansado?
-Un poco. Quiero recordar algunas cosas que me
traen otros recuerdos.
-Supongo que son recuerdos gratos.
-Sí, aquel restaurante de pobres mexicanos en
donde comí un delicioso pescado frito y que pagué con gusto por la amable
atención de unos paisanos, defeños como yo, y que nos atendieron muy bien.
-Pero te cobraron.
-Claro, pero en pesos mexicanos.
-Pero... con faltas de ortografía.
-Claro, pero con nuestras faltas de
"hortografia".
-¿Qué más viste? Te has quedado callado.
Sígueme platicando, veo en tus labios una sonrisa. Tus ojos brillan. ¿Por qué?
Háblame.
-Fuimos a la playa mi mujer y yo. Nos metimos
al mar y buscamos la caricia de las aguas y siguiendo las manchas de lo que
pensamos eran peces nos alejamos del grupo y mi mujer repentinamente me detuvo
y me dijo no volties y yo, naturalmente, voltié.
-No calles. Hablas con tu sonrisa.
-Vi a un grupo de jóvenes desnudas y desnudos.
La expresión de la juventud y la belleza.
-¿Te escandalizaste?
-No, admiré lo que me pareció un cuadro de
algún pintor renacentista. Pensé, no sé por qué, en el génesis bíblico, en Adán
y Eva en el paraíso, y quise entender el por qué todos esos extranjeros vienen
aquí a nuestro México a buscar el paraíso que seguramente no tienen en su
tierra. ¡Qué bellas mujeres! exclamé. Mi mujer añadió ¡qué bellos hombres!. Yo
tan sólo toqué el traje de baño de mi mujer.
-Platícame del hotel donde estuviste.
-Te platicaré de la sorpresa que tuve en el
restaurante del hotel en donde me hospedé. Los compañeros de grupo nos avisaron
que el desayuno buffet era bueno y no muy caro, por lo que decidimos ir ahí.
Los meseros mexicanos atendían con esmero y cuidado a los clientes y estando
desayunando, una mujer de la tercera edad modesta, pero elegantemente vestida e
indudablemente extranjera, se acercó a nuestra mesa, sirviendo el café, y yo,
con un inglés libresco, le pregunté que de dónde era y ella contestó, en un inglés
españolizado yo ser de Oregón. Añadí en un inglés aprendido en la escuela: What
are un doing here? (¿qué hace usted
aquí?) Respondió: Servir café para usted. Respuesta que me intrigo. Y volví a
interrogar: Are you happy here? (¿Es usted feliz aquí?) Y ella sonriendo, contestó
Yes, yes. ( Sí,) Y yo tal vez la sorprendí diciéndole, entonces, Are you the
owner of this hotel? (¿Es usted la dueña de este hotel?), a lo que volvió a
contestar, Yes, yes. (Sí, si.) Y yo agregué, entonces, Can you give me some
work? (¿Puede usted darme trabajo?) y ella, sin inmutarse, dijo, Yes, (Si). And
I added, right now. (Y yo dije, pero ya,
ahora, y ella volvió a decir, Yes. (Mi plática en inglés, con la amable señora de Oregón, me trajo
problemas con el guía de turistas, que más tarde entendería, cuando supe que no
hablaba inglés.)
En este
hoy, cuando reflexiono en aquel momento vivido, pienso en mi incapacidad para
ser libre, por qué no fui capaz de tomar una decisión y permanecer en el
paraíso, y me digo, también se huye del paraíso porque ese paraíso no es el
mío, porque es un paraíso mexicano en manos de extraños, porque sé que nuestro
mundo está cambiando y no sé qué cambios aceptar y qué cambios rechazar.
-Ya volviste a tus teorías, se práctico.
-Entonces... callaré.
-No calles, estoy seguro que tienes mucho más
que decir
-¿Por qué estás tan seguro?
-Porque tu boca se marca con una sonrisa
irónica.
-Recuerdo un mediodía en donde el sol caía a
plomo y que materialmente bañados en sudor, buscábamos algo fresco; al frente
vimos refrigeradores propios de una
nevería. No esperé más, dejé a mi mujer en la sombra de un árbol y
atravesé en busca de la nieve. Tuve que hacer ruido para que alguien me
atendiera. Un joven se asomó y sacudiéndose un delantal y al mismo tiempo
secándose las manos me dijo ¿por qué viene tan mojado? Y yo le contesté porque estoy sudando. Y con una ironía en su
rostro añadió ¿pues de dónde viene? Y yo respondí del infierno.Y él subrayó la
ironía de su rostro con lo que quise suponer era una sonrisa, yo, a mi vez, lo
interrogué, y tú ¿de dónde vienes? Del infierno, dijo. Yo agregué pues somos
paisanos y por tanto espero que no me cambies el precio de la nieve. No,
respondió él, pero se la daré caliente. Y efectivamente me la dio caliente pues
cuando llegué con mi mujer, después de atravesar la calle, la nieve se estaba
derritiendo.
-Seguramente, ese chavo era defeño como tú. -Y,
¿saliste de Cozumel?
-No, ahora recuerdo algo más. No seas
impaciente, ahora te lo cuento. Un compañero de viaje fue con nosotros desde el
hotel al centro de Cozumel, que naturalmente está en el muelle donde atracan
los grandes barcos, que nosotros sólo vemos en los anuncios de televisión. Al
voltear en una esquina relativamente lejana del muelle, nuestro compañero
exclamó: ¡qué edificio tan grande! y ¡qué extraño! y más extraño es que no lo
hayamos visto ayer cuando desembarcamos. Alguien del mismo grupo, aunque
retirado de nosotros, dijo la técnica ha avanzado muchísimo. Y aquel compañero
respondió pero... pueden construirse tales edificios y de tal tamaño de un día
para otro. Y alguien más añadió y mira ¡qué rara construcción!, con un espolón
por delante y chimeneas en el último piso. Y aquel ingenuo o tal vez...
exclamaba ¡está temblando!, ¡está temblando! no ven que se mueve. Reímos. Y yo
sólo recordé a otros trasatlánticos.
- Pero dime ¿de qué trasatlánticos hablas?
-De los humanos, que dan calificaciones a los
alumnos, sin merecerla.
-Y finalmente, ¿saliste de Cozumel?
-Cozumel se ha quedado en mí, como la tentación
de viajar al paraíso y de llegar a él en un hermoso camarote de uno de esos
barcotes que aparentemente sin moverse atraviesan el mar. Llegar a Cozumel sin
llegar, estar en Cozumel sin estar.
-Entonces, ¿dónde vas a estar?
-Voy a estar en la albercota de agua dulce del
décimo piso de un buquesote en medio del mar.
-Ahora sí, me haces reír. Es que acaso, esperas
encontrar otro cuadro de algún pintor renacentista.
-Sí, con mi salario mínimo.
-Sueña mexicano, sueña.
Adiós sueños, adiós ensoñaciones, adiós
Cozumel.
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