Tuxtla Gutiérrez.
Sergio
Núñez Guzmán
Agosto 1990
En Chiapa de Corzo, abordamos una
lancha motorizada, es medio día, me toca ir en el frente, el río parece no
moverse, sentimos los brincos de la lancha rápida por las olas que atraviesa al
cruzarse con otras embarcaciones también rápidas. La vista se fija en la
superficie del río, cuando al dar la vuelta en una curva, aparecen muros casi
verticales de una altura increíble, cubiertos de vegetación. Mi dimensión
humana se empequeñece ante la grandiosidad y majestuosidad de una naturaleza
primigenia.
Mis sentidos parecen enloquecer. Mis ojos
olfatean la variedad sin límites de los tonos verdosos. Mi nariz ve el olor de
las aguas. Mi mente gira sin saber donde detenerse y comprender, pero
comprender qué: el aire que se respira. Los pulmones se invaden de oxígeno.
Abro la boca y bebo aire, vida. Mis pulmones sienten, gustan, rejuvenecen la
sangre que fluye una y otra vez. Los sentidos están despiertos y alertas. Mis
ojos oyen el vuelo de la blanca garza que se posa en aquella lejana rama. Mi
boca gusta los olores que transportan los vientos. Mis manos sienten la luz y
la sombra de los acantilados. Trato, por un instante, de no pensar, y mi piel
se niega, mi piel siente y piensa. La brisa seduce mi rostro. Cierro los ojos,
los abro. Veo el agua que cae en múltiples e infinitas gotas. Se moldea un pino
navideño hecho de un verde translúcido que se despeña por aquella pared que
araña al cielo. Me pregunto si estoy despierto. Quiero poner mi mano en el agua
y mi vista detiene el movimiento, un poco más allá, está un lagarto, con una
lentitud increíble parpadea, está vivo, ninguna barrera hay entre él y yo. Sí,
me doy cuenta y sólo intento callar y dejar que la naturaleza me hable, me
llene, "me viva". Inolvidables instantes aquellos.
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