Viaje a Orizaba
(primera parte)
Sergio Núñez Guzmán.
Citadinos, clase medieros, habitantes de condominios
gubernamentales aparecen poco a poco, donde un remedo de autobús, con gran
esfuerzo, los devora. La estrechísima puerta tiene, arriba de los escalones de
la entrada, un asiento replegable que dificulta el paso. Al fin, el camioncito
cierra su única boca como animal satisfecho. Y partimos.
Hora
tras hora nuestros ojos defeños se hartan de contemplar el mismo paisaje, pues
el Ixtacihuatl es solamente el paréntesis de un sueño pos(t)modernista entre un
aquí impreciso y un allá indeterminado. La mente intenta retener ese cuadro de nieves
eternas, pero pronto, muy pronto se vuelve a lo mismo; no, no puede ser, ahí
están otra vez los interminables multifamiliares y la multitud de casas
similares hechas por el gobierno. ¿Acaso no hemos salido del D. F.? La
autopista es una sucesión de colonias populares que van del D. F. a . . . Seguramente
vamos de un D. F. a otro D. F. , no, no es así, ya que la sorpresa está en el
destino final.
Después
de cuatro horas de descanso obligado hubo necesidad de detenerse, pues las
necesidades fisiológicas así lo exigían. Aquel restaurancito carretero ofrecía
sanitarios gratis, se veía muy limpio y efectivamente lo era. La comida era
cara pero agradable. El calor arreciaba, decidimos comprar agua antes de subir
al camión. Los puestos al lado de nuestro transporte ofrecían botellas
plásticas sumergidas entre pedazos de hielo. Tomo un frasco de a litro. --¿Cuánto
debo? –Quince pesitos patrón. ¡Quince pesos! –El de a lado los da a veinte. No
cabe duda, sigo en el D. F.
El
runruneo de la carcachota empezó a tener intervalos de silencios irregulares,
parecía que hacía esfuerzos más allá de sus posibilidades. Ascendíamos y las
montañas mostraban espacios pequeños salpicados de árboles con sus laderas
llenas de matas de maíz jiloteando. Conforme subíamos, los bosques se cerraban
y una niebla espesa impedía ver con claridad la carretera; los faros se
encendieron, eran las catorce horas. Una tupida llovizna mojaba los cristales;
se sentía frío, la gente intentaba cubrirse, pero los suéteres y chamarras
estaban en las maletas y ni donde estacionarse para abrir el compartimiento del
equipaje, se abrían precipicios a ambos lados de la carretera, se pidió el aire
acondicionado y la respuesta fue que no estaba incluido en el precio. ¿Qué era
lo que estaba pagado? El lugar donde no cabían las petacas de cada pasajero,
¡sólo eso! Al pagar el costo del viaje, se nos dijo que el autobús era de primera,
menos mal, sin televisión.
Bajábamos,
desapareció la niebla y apareció el sol iluminando precipicios arbolados.
Nuestro espíritu se maravillaba con la grandiosidad de los espacios libres de
contaminación y con el azul infinito sembrado de nubes blancas. Nos invaden
otros colores, otros olores, otros gustos, otros sonidos. Mis ojos tocan el
algodón del cielo, huelen la frescura de las aguas, gustan el paisaje donde una
mujer sonríe ante la inocencia de la blancura de los calzoncitos que tiende al
sol. Estoy en mi patria, estoy en México. Y desde la pequeñez de mi
departamento reconozco la grandiosidad de mi país.
Repentinamente,
la belleza de la montaña arbolada se vio desgarrada por gigantes de acero que
con toscos y sucios dedos arrancaban puños de roca que otro convertía en grava
con que asfaltaba trozos de carretera deshechos por la tormenta tropical.
México D. F. a 18 de septiembre de 2008.
Sergio Núñez Guzmán.
Robo y la segunda parte, que pasa con los titanes de acero que deboran las montañas. Se llego al lugar esperado o a otro D.F. desolado.
ResponderEliminarQue paso profe.
Pos a estudiar compu. pa completar el cuento.