domingo, 9 de febrero de 2014

Viaje a Orizaba (primera parte). Sergio Nùñez Guzmàn



Viaje  a Orizaba (primera parte)
Sergio Núñez Guzmán.

Citadinos, clase medieros, habitantes de condominios gubernamentales aparecen poco a poco, donde un remedo de autobús, con gran esfuerzo, los devora. La estrechísima puerta tiene, arriba de los escalones de la entrada, un asiento replegable que dificulta el paso. Al fin, el camioncito cierra su única boca como animal satisfecho. Y partimos.
         Hora tras hora nuestros ojos defeños se hartan de contemplar el mismo paisaje, pues el Ixtacihuatl es solamente el paréntesis de un sueño pos(t)modernista entre un aquí impreciso y un allá indeterminado. La mente intenta retener ese cuadro de nieves eternas, pero pronto, muy pronto se vuelve a lo mismo; no, no puede ser, ahí están otra vez los interminables multifamiliares y la multitud de casas similares hechas por el gobierno. ¿Acaso no hemos salido del D. F.? La autopista es una sucesión de colonias populares que van del D. F. a . . . Seguramente vamos de un D. F. a otro D. F. , no, no es así, ya que la sorpresa está en el destino final.
         Después de cuatro horas de descanso obligado hubo necesidad de detenerse, pues las necesidades fisiológicas así lo exigían. Aquel restaurancito carretero ofrecía sanitarios gratis, se veía muy limpio y efectivamente lo era. La comida era cara pero agradable. El calor arreciaba, decidimos comprar agua antes de subir al camión. Los puestos al lado de nuestro transporte ofrecían botellas plásticas sumergidas entre pedazos de hielo. Tomo un frasco de a litro. --¿Cuánto debo? –Quince pesitos patrón. ¡Quince pesos! –El de a lado los da a veinte. No cabe duda, sigo en el D. F.
         El runruneo de la carcachota empezó a tener intervalos de silencios irregulares, parecía que hacía esfuerzos más allá de sus posibilidades. Ascendíamos y las montañas mostraban espacios pequeños salpicados de árboles con sus laderas llenas de matas de maíz jiloteando. Conforme subíamos, los bosques se cerraban y una niebla espesa impedía ver con claridad la carretera; los faros se encendieron, eran las catorce horas. Una tupida llovizna mojaba los cristales; se sentía frío, la gente intentaba cubrirse, pero los suéteres y chamarras estaban en las maletas y ni donde estacionarse para abrir el compartimiento del equipaje, se abrían precipicios a ambos lados de la carretera, se pidió el aire acondicionado y la respuesta fue que no estaba incluido en el precio. ¿Qué era lo que estaba pagado? El lugar donde no cabían las petacas de cada pasajero, ¡sólo eso! Al pagar el costo del viaje, se nos dijo que el autobús era de primera, menos mal, sin televisión.
         Bajábamos, desapareció la niebla y apareció el sol iluminando precipicios arbolados. Nuestro espíritu se maravillaba con la grandiosidad de los espacios libres de contaminación y con el azul infinito sembrado de nubes blancas. Nos invaden otros colores, otros olores, otros gustos, otros sonidos. Mis ojos tocan el algodón del cielo, huelen la frescura de las aguas, gustan el paisaje donde una mujer sonríe ante la inocencia de la blancura de los calzoncitos que tiende al sol. Estoy en mi patria, estoy en México. Y desde la pequeñez de mi departamento reconozco la grandiosidad de mi país.
         Repentinamente, la belleza de la montaña arbolada se vio desgarrada por gigantes de acero que con toscos y sucios dedos arrancaban puños de roca que otro convertía en grava con que asfaltaba trozos de carretera deshechos por la tormenta tropical.

México D. F. a 18 de septiembre de 2008.
Sergio Núñez Guzmán.

1 comentario:

  1. Robo y la segunda parte, que pasa con los titanes de acero que deboran las montañas. Se llego al lugar esperado o a otro D.F. desolado.
    Que paso profe.
    Pos a estudiar compu. pa completar el cuento.

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