Palenque.
Sergio
Nuñez Guzman
Agosto 1990
Palenque, ciudad maya, hecha realidad.
Lacandones salidos de los libros de historia, vivitos y coleando, sin barbas y
con grandes cabellos, con hábitos blancos de monjes brotados de los bosques.
Multitud de árboles gigantescos que se ocultan al sol. La selva que pelea con
los arqueólogos por la posesión de las ruinas. Calor y más calor, calor húmedo.
Subir y bajar pirámides, conocer, tocar la historia, caminar entre la selva,
sentir su sopor, cerrar los ojos, adormecerse, sentir lo calientito y una muy
suave brisa, la caricia que deliciosamente roza nuestra piel, abrir los ojos y
descubrir aquel verde jade del helecho que hemos recorrido con el movimiento de
nuestro brazo al caminar. Y la agresividad de los moscos que repentinamente nos
pican. Y los olores a verde, a vida, a sexo. Y los sonidos, la vida que grita,
aquí estoy. Cuántos y cuántos sonidos. El sonido de los glifos que callan, de
las esculturas que gritan. Y el silencio de nuestro asombro que dice: también esto
es parte de mi, de mi patria, también esto es México.
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