PLAYA DEL CARMEN
Sergio
Núñez Guzmán
Agosto 1991
Llegamos a Playa del Carmen muriéndonos de
calor y de sed. El guía dijo que lo más importante era comprar los boletos del
transbordador para ir a Cozumel. Mi compañera fue a comprar los boletos
mientras yo fui a comprar agua.
Regresé con una botella de agua fría a medio
consumir y mi compañera bebió el resto y con la satisfacción de haber
satisfecho nuestra sed, buscamos a nuestros compañeros que ya estaban formados
en una larga fila para subir al transbordador. El calor era insoportable y le
dije mientras tú te formas, yo voy a buscar nieve que podremos saborear a bordo
del navío y contemplar el mar que no conocemos y tener el gusto de viajar, por primera vez, en un barco. Pero no te
tardes. Pues voy a buscar la nieve y espero no tardarme, date cuenta que la
cola es muy larga. Tomé el dinero y fui a buscar la nieve. El gusto de saborear
la nieve a bordo y en compañía de mi mujer ponía velocidad a mis pies. Compré
la nieve y regresé corriendo. Mi mujer estaba a punto de subir al barco, me
vio, le dio los dos boletos al marinero y señalándome le dijo que el otro
boleto era el mío, y por sus movimientos, yo entendí que no había ningún
problema. Pasaron dos o tres gentes más y repentinamente las personas se
amontonaron impidiéndome el paso. Cerraron la puerta y yo grité, falto yo, mi
esposa ya le dio el boleto, y el mismo marinero, con sarcástica sonrisa,
gritaba, quiten la barandilla, quiten la barandilla. Yo quise brincar a la
embarcación. El empleado de tierra me detuvo. Mi mujer exclamaba déjenlo pasar
y el mismo marinero, ya no dejen pasar a nadie. Y por una puerta situada en la
parte trasera subían, tranquilos, las güeras y los güeros. Entonces grité por
qué ellos si y nosotros no, y aquel mismo uniformado marinerito con una mueca
mordaz reía ante mi desesperación. Mi mujer vociferaba y lloraba. Algunos se
desgañitaron diciendo déjenlo pasar y otro, pero no es güero. Yo exclamé, soy
mexicano. Y los marineros con burlona sonrisa me veían. Y en el borde de la
cubierta se balanceaba el nombre del barco: México III. En aquel momento de
ofuscación grité México III, mexicanos de tercera. Los güeros y las güeras,
desde la seguridad de sus asientos, en las alturas del buque, sólo se divertían
al observarnos. Yo gritaba soy mexicano, soy extranjero en mi propia patria. Y
por aquella barandilla puesta en popa seguían subiendo los güeros y las güeras.
El barquito zarpó. Yo me quedé con la nieve derritiéndose entre mis manos.
México III... III... III...
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