sábado, 8 de febrero de 2014

Playa del Carmen. Sergio Nùñez Guzman



         PLAYA DEL CARMEN
Sergio Núñez Guzmán
         Agosto 1991

Llegamos a Playa del Carmen muriéndonos de calor y de sed. El guía dijo que lo más importante era comprar los boletos del transbordador para ir a Cozumel. Mi compañera fue a comprar los boletos mientras yo fui a comprar agua.
Regresé con una botella de agua fría a medio consumir y mi compañera bebió el resto y con la satisfacción de haber satisfecho nuestra sed, buscamos a nuestros compañeros que ya estaban formados en una larga fila para subir al transbordador. El calor era insoportable y le dije mientras tú te formas, yo voy a buscar nieve que podremos saborear a bordo del navío y contemplar el mar que no conocemos y tener el gusto de viajar,  por primera vez, en un barco. Pero no te tardes. Pues voy a buscar la nieve y espero no tardarme, date cuenta que la cola es muy larga. Tomé el dinero y fui a buscar la nieve. El gusto de saborear la nieve a bordo y en compañía de mi mujer ponía velocidad a mis pies. Compré la nieve y regresé corriendo. Mi mujer estaba a punto de subir al barco, me vio, le dio los dos boletos al marinero y señalándome le dijo que el otro boleto era el mío, y por sus movimientos, yo entendí que no había ningún problema. Pasaron dos o tres gentes más y repentinamente las personas se amontonaron impidiéndome el paso. Cerraron la puerta y yo grité, falto yo, mi esposa ya le dio el boleto, y el mismo marinero, con sarcástica sonrisa, gritaba, quiten la barandilla, quiten la barandilla. Yo quise brincar a la embarcación. El empleado de tierra me detuvo. Mi mujer exclamaba déjenlo pasar y el mismo marinero, ya no dejen pasar a nadie. Y por una puerta situada en la parte trasera subían, tranquilos, las güeras y los güeros. Entonces grité por qué ellos si y nosotros no, y aquel mismo uniformado marinerito con una mueca mordaz reía ante mi desesperación. Mi mujer vociferaba y lloraba. Algunos se desgañitaron diciendo déjenlo pasar y otro, pero no es güero. Yo exclamé, soy mexicano. Y los marineros con burlona sonrisa me veían. Y en el borde de la cubierta se balanceaba el nombre del barco: México III. En aquel momento de ofuscación grité México III, mexicanos de tercera. Los güeros y las güeras, desde la seguridad de sus asientos, en las alturas del buque, sólo se divertían al observarnos. Yo gritaba soy mexicano, soy extranjero en mi propia patria. Y por aquella barandilla puesta en popa seguían subiendo los güeros y las güeras. El barquito zarpó. Yo me quedé con la nieve derritiéndose entre mis manos. México III... III... III...

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