Las
cascadas de agua azul.
Sergio
Núñez Guzmán
Agosto 1990
Bajé acalorado del autobús, lo primero que vi
fue una güera en cuclillas con lo que supuse era un traje típico de la región.
Vi que un hombre con larga cabellera y un taparrabo de cuero se acercó con gran
confianza a la güera, e intervino en la plática que ella tenía con un
comprador. Un niño apareció con el mismo atuendo que el hombre, pero su piel no
era semejante a la del hombre sino a la de la mujer. El niño corrió y brincó al
agua, agua, agua por todas partes.
El agua caía de cascada en cascada, era una
continua sorpresa de mil formas en
colores bañados de luz con infinitas tonalidades.
Los rayos de sol traspasan las cúpulas de
altísimos árboles e iluminan con un suave matiz verdoso las orillas del río,
color y calor que emergen en forma de brizna refrescante, convertida en neblina
que negrea las cavidades que ocultan remansos de agua hecha cristal. Rayos
centelleantes golpean a plomo el dorso de las cascadas que resplandecen en sus
bordes con una blancura diamantina, y del grueso de la columna de agua nace un
azul, por unos momentos, fuerte, y en otros, claro y trasparente, un azul
arrebatado al cielo, un azul táctil en las gotas acariciadoras del agua que se
estrella y salta en astillas de luz y color. Y el río sigue su curso como un
fuego de colores que hace arder los sentidos.
La gente, apenas cubierta, nadaba, en aquel
paraíso donde la naturaleza derrama sus dones.
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