Traducción al español de Young Ladies Don’t Slay
Dragons
Las damas jóvenes no matan dragones
Autor: Joyce Hovelsrud
Traducción: Sergio Núñez Guzmán
Un dragón con excesivas intenciones malvadas era un
problema en el palacio de Hexagón. Noche y día estaba en acecho cerca de los
muros del patio, arrojando fuego y humo y rugiendo de la manera más terrible.
Las cosas estaban mal para la familia real.
“Piedad” decía la reina.
“‘Dios mío”, decía el rey. “Uno de estos días
conseguirá una llamarada real ardiente y cuando haga ¡puf! Eso será”.
“Bueno, ¿qué vas a hacer?”, preguntó la reina con
aspereza. “Lo que quiero decir es que no puedes sólo sentarte ahí a contar tu dinero
e ignorar los problemas”.
“He solicitado a cada hombre valeroso en el reino que
mate al dragón”, dijo el rey. “Todos expresaron que tenían cosas más
importantes que hacer”.
“Tonterías”, dijo la reina con un gesto velado. “¿Qué
podría ser más importante que salvar el palacio de un dragón monstruoso? Quizás
ofreciéndoles una recompensa”.
“Les ofrecí una recompensa”, dijo el rey. “Nadie
parece interesado”.
“Bueno entonces hay que ofrecer algo de valor para
despertar el interés”, dijo la reina. Y dicho esto, con un golpe puso la jarra
de la miel sobre la mesa y zapateando salió de la pieza.
“Mataré al dragón”, dijo la princesa Penélope, al dar
un salto desde atrás de un viejo traje de armadura. Ahí, sólo había sucedido
que se escuchaba la conversación mientras aceitaba un ensamble mohoso.
El rey parpadeó los ojos dos veces: una vez con
sobresalto porque se le tomó de sorpresa, y la segunda vez, con orgullo porque
fue apresado por la belleza deslumbrante de su hija. “No puedes matar un
dragón”, le dijo. “¿Por qué no vas a tejer un chaleco para el perro lanudo de
palacio o algo así?”
La princesa dobló el brazo de la armadura antigua.
“¿Ves? No más clic”. Sonrió.
“No más clic”, dijo el rey vagamente.
“Y precisamente fijé también el puente levadizo”, dijo
la princesa. “No tendrás que preocuparte más por el rechinido”.
“clic, clac, cloc,”, dijo el rey. “De cualquier
manera, tengo preocupaciones más importantes”.
“Lo sé”, dijo Penélope. “El dragón. Dije que yo lo
mataría por ti”.
“Tonterías”, dijo el rey. “Las damas jóvenes no matan
dragones”.
“No aceitan armaduras ni tampoco fijan puentes
levadizos”, dijo la princesa en relación a lo hecho.
El rey se rasco la cabeza y por un momento meditó
acerca de esto. La princesa Penélope siempre estaba dándole algo en qué pensar.
Por algo, consideró que la belleza de su hija era incomparable al lado de
cualquier princesa sobre la tierra, aunque parecía que nunca se conducía como
las princesas hermosas deben.
“Matar dragones es trabajo de hombres”, dijo al fin, “y eso es eso”.
La princesa en realidad no pensó que era eso. Pero
sabía lo que su papá decía. Así, de cualquier modo, no le dijo más acerca del
asunto.
Le parecía que una dama joven podía hacer cualquier
cosa que quisiera, si su intención era hacerlo. Y en sus años tiernos había
decidido muchas cosas que el rey y la reina habían dicho que sólo los hombres
podían hacer.
Una vez talló un silbato de una vara verde de sauce,
cuando se suponía que estaba cosiendo
una costura fina.
En una ocasión, construyó una jaula para el mergo,
cuando se suponía que estaba practicando su lección de laúd.
Y otra vez, incluso, mató un ratón. Había entrado a la
recamara para encontrar a su mamá parada sobre una silla y gritando, como las
reinas lo hacen en presencia de los ratones. “No te preocupes mamá, lo
atraparé”. Penélope dijo.
“Las damas jóvenes no matan ratones”, dijo la reina. “Por
amor de Dios, párate sobre una silla y grita conmigo”.
Pero Penélope no se paró sobre la silla ni gritó.
Cogió al ratón y dispuso de él con oportunidad.
Bueno, también dispondría del dragón. Y conseguiría
algunas ideas acerca de cómo ir por él.
Fue a hablar con el cocinero real. “Cómo matarías a un
dragón?” preguntó.
“Le desprendería la cabeza con un cuchillo para
trinchar”, dijo el cocinero. “Pero, de seguro, no podrías hacer eso”.
“¿Por qué no?” preguntó la princesa.
“Las damas jóvenes no matan dragones”, el cocinero
dijo.
“Mi papá también dijo eso”, respondió Penélope, y se
fue a platicar con el sastre real.
“¿Cómo matarías un dragón?” preguntó.
“Le atravesaría el corazón con una aguja larga”, el
sastre dijo.
“¿me prestarías una aguja larga?” preguntó la
princesa.
“Las damas jóvenes no matan dragones”, dijo el sastre.
“Además, no tengo una aguja suficientemente larga o suficientemente fuerte”.
Por lo que la princesa Penélope fue con el bufón de la
corte real. “¿Cómo matarías un dragón?” preguntó.
“Le contaría un cuento tan gracioso que se moriría de
la risa”, dijo el bufón.
“¿Sabes un cuento tan gracioso?” preguntó Penélope.
“No hay ningún cuento tan gracioso”, dijo el bufón. “Además,
las damas jóvenes no matan dragones”.
“Te sorprenderías”, dijo la princesa y fue a hablar
con el mago aristocrático. “¿Cómo matarías un dragón?” preguntó.
El mago real reflexionó un largo rato. Entonces dijo:
“¿por qué quieres saber?”
“Porque quiero matar al dragón”, Penélope dijo en relación al hecho.
“Bien, si en realidad quieres la verdad”, dijo el
mago, “el hecho es que las damas jóvenes no matan dragones”.
“¿Cómo sabes que no?”. Penélope pregunto.
“Todo el mundo lo sabe”, el mago dijo. “No me
preguntes cómo lo sé, sólo es un hecho”.
“Bien, entonces”, la princesa dijo, “¿si un joven valiente quisiera
salvar el palacio de una ráfaga de humo, lanzando una flama al dragón cruel y
malvado, ¿qué consejo le darías?” El mago aristocrático arrugó el ceño,
entrecerró los ojos e hizo arcos con los dedos, mientras pensaba. Entonces
dijo: “Le aconsejo combatir fuego con fuego”.
“Entiendo” dijo Penélope.
“Mis pies están fríos”, dijo el mago. “Hazme un favor
y acerca aquella cubeta caliente por acá. Quiero calentar mis pies en ella”.
Penélope hizo tal como le ordenó. ‘¿De qué manera
haces para que la cubeta permanezca caliente?’ preguntó.
“Se llenó con un líquido mágico que arde sin fuego”,
dijo el mago. “Lo inventé yo mismo”.
“Una buena cantidad de magia”, dijo Penélope con admiración.
“¿Puedes conseguir que el líquido se queme?”
“Si quiero llamas, antes pongo una brasa dentro de la
cubeta”, dijo el mago. Y después, se quedó dormido. Siempre se quedaba dormido
después de hablar tres minutos, y ¡vaya! sus tres minutos terminaron. Además,
era el momento de la siesta para todos en el palacio.
Pero, !cómo alguien podía dormir con el rugir terrible
del dragón¡, lo que era un misterio para Penélope. Y cómo alguien podía dormir
mientras el mal amenazaba el palacio, lo que era otro misterio para ella.
El mago le había dado una idea a la princesa, y
todavía, caminó de puntitas fuera de la pieza. Encontró una pipa en su
colección de hierro y la selló en un extremo. Regresó caminando de puntitas al
cuarto del mago y llenó la pipa con el líquido de la cubeta mágica. Con unas
tenazas, tomó una brasa del fuego y salió de puntitas. Se detuvo en el gran
salón largo rato, suficiente, para ponerse el traje de armadura menos el yelmo
que le hería las orejas y colgaba a poca altura sobre sus ojos. Al fin encontró
un escudo que podía levantar.
En seguida, haciendo ruido, se abrió paso a través del
patio al portalón. Aunque no era lo suficientemente fuerte para abrirlo,
consiguió empujarse de costado por los barrotes de hierro. Y no tenía el más
mínimo temor.
Ahora bien, el dragón era el más grande, el más feroz
dragón que jamás existió. La princesa Penélope no sabía el por qué, pero más
bien lo sospechaba, pues, además ¿por qué no vendrían los hombres valientes al
reino a matarlo?
Y el dragón, que también era el dragón más sabio que
alguna vez vivió, tenía el presentimiento que alguien lo perseguía. Por eso se
arrastró con lentitud alrededor de los muros para ver quién era, rugiendo con
rugidos aterradores y arrojando llamas al cielo, repleto de fuego y de humo tal
como iba.
“Quiero que no humeara tanto”, murmuró Penélope,
cuando avanzó con cautela tras él. Al rodear la esquina, sólo pudo salir la
punta monstruosa de la cola del dragón perdiéndose de vista a la vuelta de la siguiente
esquina.
“Nunca hará esto”, dijo después de la tercera esquina.
Al volver, se deslizó al otro sentido, y ¡se encontró con el dragón cara a
cara!
Ahora, no es fácil describir la batalla violenta que
se originó, pero fue algo como esto.
“Detente o dispararé”, dijo Penélope en calma.
“¿Qué está haciendo una muchacha bonita como tú fuera
de su casa matando dragones?”, se burló el dragón, cuando caminó hacia ella,
parpadeando varias veces a causa de la belleza deslumbrante de Penélope.
“Dije, detente o dispararé”.
“No dispares a los dragones”, el dragón dijo,
acercándose más. “Siempre escuché que a todos los matan con espadas”.
“No soy como todos de los que siempre escuchaste”,
Penélope dijo.
“Me pregunto por qué es esto”, el dragón dijo. Y
aunque no lo sabía en el momento, el dragón había hablado sus últimas palabras.
La princesa Penélope levantó su pipa de plomo,
encendió el líquido con su brasa caliente, y asestó al dragón mortal, un soplo
mortal.
Después de esto, nadie creería el fuego terrible que
siguió, por lo que no es necesario describirlo. Pero fue como el fin del mundo.
Por último, el humo se disipó. Y ahí, estando de pie,
entre los restos calcinados del dragón más feroz del mundo, estaba el príncipe
más hermoso del mundo. Penélope no podía creer a sus ojos.
“He estado esperando que pasara algo como esto”, dijo
el príncipe, mostrando una hermosa sonrisa y parpadeando con un guiño atractivo.
“De seguro te casarás conmigo”.
Pero, Penélope era la princesa más hermosa del mundo.
Teniéndola por esposa era más de lo que el príncipe hubiera soñado, en
especial, mientras brincaba en el cuerpo de un dragón.
“Tengo un reino diez veces el tamaño de este parche de
garbanzo”. Añadió, “y es todo tuyo si dices sí”.
Penélope estuvo con la mirada perdida un largo rato.
Con aire pensativo dijo: “He estado esperando a alguien como tú que me pidiera
algo como esto. Pero primero hay algo que debes saber acerca de mí. Solamente
sería feliz siendo la reina y haciendo cosas de reina. Me gusta arreglar
puentes levadizos, construir casas para pájaros, matar dragones y esa clase de
cosas”.
‘También resulta que tengo puentes, pájaros y dragones
para regalar,’ dijo el príncipe esperanzado. “Entonces
mi respuesta es sí”, dijo Penélope.
Y con esto ensillaron un caballo blanco y cabalgaron a
la puesta del sol.
Ahora bien, aún cuando éste es el fin de la historia,
se dan cuenta, seguramente, que todavía están viviendo con dicha desde
entonces.
Young
Ladies Don't Slay Dragons
by Joyce Hovelsrud
A dragon with exceedingly
evil intentions was plaguing the Palace of Hexagon. Night and day he lurked
about the courtyard walls, belching fire and smoke, and roaring in a most
terrible fashion. Things looked bad for the royal household.
"Mercy," said the
queen.
"Dear me," said
the king. "One of these days he'll get a royal blaze going, and when he
does--poof! That'll be it."
"Well, what are you
going to do about it?" asked the queen sharply. "I mean, you can't
just sit there counting out your money and ignoring the problem."
"I have asked every
brave man in the kingdom to slay the dragon," said the king. "They
all said they had more important things to do."
"Nonsense," said
the queen with a breathy sign. "What could be more important than saving
the palace from a monstrous dragon? Perhaps you should offer a reward."
"I have offered a
reward," said the king. "No one seems interested."
"Well, then, offer
something of value to go with it," said the queen. And with that, she
slammed the honey jar on the table and stomped out of the room.
"I'll slay the
dragon," said the Princess Penelope, jumping from behind an antique suit
of armor. There, she had just happened to be listening to the conversation
while oiling a rusty joint.
The king blinked his eyes
twice--once with shock because he was taken by surprise, and once with pride
because he was taken by his daughter's dazzling beauty. "You can't slay
a dragon," he said. "Why don't you go knit a vest for the palace
poodle or something?"
The princess flexed the arm
of the ancient armor. "See? No more clink." She smiled.
"No more clink," said
the king vacantly.
"And I just fixed the
drawbridge, too," said the princess. "You won't have to worry about
the clank anymore."
"Clink, clank,
clunk," said the king. "I have more important worries anyway."
"I know," said
Penelope. "The dragon. I said I'd slay him for you."
"Nonsense," said
the king. "Young ladies don't slay dragons."
"They don't oil armor
or fix drawbridges, either," said the princess matter-of-factly.
The king scratched his head
and thought about that for a while. Princess Penelope was always giving him
something to think about. For one thing, he thought her beauty was
unsurpassed by that of any princess on earth. For another, it seemed she
never behaved as beautiful princesses should.
"Slaying dragons is
men's work," he said finally, "and that's that."
The princess didn't really
think that was that. But she knew her father did. So she said no more about
it--to him, anyway.
It seemed to her that a
young lady could do anything she wanted, if she set her mind to it. And in
her tender years she had set her mind to many things the king and queen had
said only men could do.
She once whittled a whistle
from a green willow stick when she was supposed to be sewing a fine seam.
She once built a birdhouse
for the palace puffin when she was supposed to be practicing her lute lesson.
And once she even killed a
mouse. She had come into the bedchamber to find her mother standing on a
chair and screaming--as queens do in the presence of mice. "Don't worry,
Mother, I'll get him," Penelope said.
"Young ladies don't
kill mice," the queen said. "For heaven's sake, stand on a chair
and scream along with me."
But Penelope didn't stand on
a chair and scream. She caught the mouse and disposed of it tidily.
Well, she would dispose of
the dragon, too. And she would get some ideas on how to go about it.
She went to speak to the
royal cook. "How would you slay a dragon?" she asked.
"I would cut off his
head with a carving knife," said the cook. "But of course you
couldn't do that."
"Why not?" asked
the princess.
"Young ladies don't
slay dragons," the cook said.
"My father said that ,
too," said Penelope, and she went to speak to the royal tailor.
"How would you slay a dragon?" she asked.
"I would stab him
through the heart with a long needle," the tailor said.
"Would you lend me a
long needle?" asked the princess.
"Young ladies don't
slay dragons," the tailor said. "Besides, I don't have a needle
long enough or strong enough."
So Princess Penelope went to
the royal court jester. "How would you slay a dragon?" she asked.
"I would tell him such
a funny story he would die laughing," said the jester.
"Do you have such a
funny story?" asked Penelope.
"There aren't any
stories that funny," said the jester. "Besides, young ladies
don't slay dragons."
"You may be in for a
surprise," said the princess, and she went to speak to the royal wizard.
"How would you slay a dragon?" she asked.
The royal wizard thought a
long time. Then he said, "Why do you want to know?"
"Because I want to slay
the dragon," Penelope said matter-of-factly.
"Well, if you really
want the truth," the wizard said, "the fact is, young ladies don't
slay dragons."
"How do you know they
don't?" Penelope asked.
"Everybody knows
that," the wizard said. "Don't ask me how I know--it's just a
fact."
"Well, then," the
princess said, "if a brave young man wanted to save the palace from a
smoke-blowing, flame-throwing, fierce, and wicked dragon, what advice would
you give him?" The royal wizard wrinkled his forehead, squinted his
eyes, and made arches with his fingers while he thought. Then he said,
"I would advise him to fight fire with fire."
"I see," said
Penelope.
"My feet are
cold," said the wizard. "Do me a favor and slide that hot bucket
over here. I want to warm my toes on it."
Penelope did as he bade.
"How does the bucket stay hot?" she asked.
"It's filled with a
magic liquid that burns without fire," said the wizard. "I conjured
it up myself."
"A good bit of
magic," said Penelope admiringly. "Can you get the liquid to flame
up?"
"If I want flames, I
just drop a hot coal into the bucket," siad the wizard. And then he fell
asleep. He always fell asleep after talking three minutes, and now his three
minutes were up. Besides, it was nap time for everybody in the palace.
But how anybody could sleep
through the dragon's terrible roaring was a mystery to Penelope. And how
anybody could sleep while evil threatened the palace was another mystery to
her.
The wizard had given the
princess an idea, though, and she tiptoed out of the room.
She found a pipe in her
collection of iron and sealed it at one end. She tiptoed back to the wizard's
room and filled the pipe with the liquid from the magic bucket. With a pair
of tongs, she took a hot coal from the fire and tiptoed away. She paused in
the great hall long enough to don a suit of armor--minus the helmet that hurt
her ears and hung low over her eyes. Finally she found a shield she could
lift.
Then, clanking, she made her
way through the courtyard to the gates. Though she was not strong enough to
open them, she managed to push herself sideways through the iron bars. And
she wasn't the least bit afraid.
Now, the dragon was the
biggest, the most ferocious dragon that ever lived. Princess Penelope didn't
know that, but she rather suspected it, for why else wouldn't the brave men
in the kingdom come to slay him?
And the dragon, who was also
the wisest dragon that ever lived, had a hunch someone was after him. So he
crept slowly around the walls to see who it was--roaring terrible roars and
belching the sky full of fire and smoke as he went.
"I wish he wouldn't
smoke so much," Penelope muttered as she crept after him. Rounding the
corner, she could just make out the monstrous tip of the dragon's tail
disappearing around the corner ahead.
"This will never
do," she said after the third corner. Turning, she crept the other
way--and she met the dragon face to face!
Now, it isn't easy to
describe the ferocious battle that ensued, but it went something like this.
"Stop or I"ll
shoot," said Penelope calmly.
"What's a nice girl
like you doing out slaying dragons?" sneered the dragon as he crept
toward her, blinking several times because of her dazzling beauty.
"I said, stop or I'll
shoot."
"You don't shoot
dragons," the dragon said, coming closer. "Everybody I ever heard
of slays them with swords."
"I'm not like everybody
you ever heard of," Penelope said.
"I wonder why that
is," the dragon said. And though he didn't know it at the time, the
dragon had spoken his last words.
Princess Penelope raised her
lead pipe, ignited the liquid with her hot coal, and dealt the deadly dragon
a deadly blow.
Now, nobody would believe
the terrible fire that followed, so it isn't necessary to describe it. But it
was like the end of the world.
At last the smoke cleared
away. And there standing among the charred remains of the world's most
ferocious dragon was--the world's most handsome prince. Penelope couldn't
believe her eyes.
"I've been waiting for
something like that to happen," said the prince, smiling a handsome
smile and blinking a winsome blink. "You'll marry me, of course."
But--Penelope was the
world's most beautiful princess. Having her for a wife was more than the
prince had dared dream, especially while bouncing about in the body of a
dragon.
"I have a kingdom ten
times the size of this pea patch," he added, "and it's all yours if
you'll say yes."
Penelope gazed into his eyes
a long time. Thoughtfully, she said, "I've been waiting for someone like
you to ask me something like that. But there's something you should know about
me first. I wouldn't be happy just being a queen and doing queen-things. I
like to fix drawbridges, build birdhouses, slay dragons--that sort of
thing."
"It so happens I have
bridges, birds, and dragons to spare," said the prince hopefully.
"Then my answer is
yes," said Penelope.
And with that they saddled
up a white horse and rode off into the sunset.
Now, even though this is the
end of the story, you realize, of course, they are still living happily ever
after.
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