RUMBO
A COZUMEL
Campeche
Sergio
Núñez Guzmán
Agosto 1991
La similitud o disimilitud de caracteres de
cada uno de los integrantes de la excursión van conformando un ambiente dentro
del camión, el cual mejora o empeora según el estado de ánimo dado muchas veces
por las comodidades o incomodidades del viaje; sin embargo, el ambiente natural
no deja de influir en este ambiente humano. Bajamos del camión y de la
atmósfera artificial pasamos a un clima normal muy caluroso, temperatura que
desconcierta nuestros sentidos y que nos sitúa en una realidad ajena.
El camión nos dejó lejos del sitio arqueológico
que deseábamos visitar. Era mediodía, el sol no solamente calentaba nuestro
cuerpo sino que también enrojecía nuestra
piel y nos quemaba. Gruesas gotas de sudor materialmente nos bañaban.
Llegamos, después de un sediento caminar, a la entrada del sitio arqueológico y
obedeciendo al guía sacamos nuestras credenciales del Insen e ingenuamente las
presentamos al empleado de la puerta para que nos permitiera el paso. Él,
cortés, pero frío y seguro, nos rechazó
y simplemente decía vayan a la ventanilla. No comprendíamos. ¿Para qué ir a la
ventanilla? Caminar más, más, y todavía tener que volver con este sol y este
calor. Venimos, y la respuesta fue, para entrar, tienen que comprar dos
boletos: uno, federal; otro, estatal. Con su credencial del Insen se les exenta
de la compra del boleto federal; tienen que comprar el boleto estatal. Y
alguien gritó también hay que pagarlo en dólares. Varios, con nuestras
compañeras, buscamos la sombra y alguna piedra donde sentarnos. La sed nos atormentaba. -¿Tienes dinero,
mujer? -Recuerda que todavía falta. Se hizo el silencio. Ella preguntó y tú
tienes dinero. No, acuérdate que te lo di esta mañana cuando fui al baño.
Volvió el silencio. Aún sin movimiento, escurrían gotas de sudor por nuestro
cuerpo. El camión había quedado cerrado y esperábamos el retorno de los otros
que sí habían entrado a visitar y a conocer el lugar.
La sed, una necesidad extraña. No quise pensar
y quise ver y quise observar lo que había a mi alrededor. Los labios de mi
mujer estaban resecos. Tenía sed. Frente a nosotros una vendedora pelaba unos
mangos y desprendía gajos de fruta que colocaba en una bolsita de plástico y
dije ¿cuánto cuestan? Ella contestó cinco pesos. Mi mujer buscó en su monedero
y me extendió una moneda. Fui por la bolsita y juntos saboreamos aquel mango
del cual me tocó el hueso y no sé por qué. Entendí que ya no iba a pelearlo,
que ya no quería pelearlo, que estaba conforme con lo que la vida me brindara.
Y ella dijo quieres otro. Acuérdate que todavía falta. Solamente un suave
murmullo respondía a mis inquietudes, el murmullo de la selva que me gritaba
ven, ven a mí, descansa. La selva es vida, la selva es atracción, la selva es
lo opuesto a mí, ser de multitud y aquí soy un ser solitario. Vivo en multitud
y deseo vivir en individualidad. ¿Qué es la selva? No contesto, no soy yo, soy
otro. Me veo en el espejo y el que está en el espejo no soy yo. No más
preguntas, no más respuestas. Sólo es un
alto en el camino. Y la felicidad es un estado de ánimo.
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