lunes, 10 de febrero de 2014

Traducciòn del cuento: La mosca de Mai Vo-Dinh por Sergio Nùñez Guzmàn




LA MOSCA
CUENTO FOLCLÓRICO DE VIETMAN
Mai Vo-Dinh
Versión:  Sergio Núñez Guzmán.

      Todos en el pueblo conocían al usurero, un hombre rico e inteligente, que había acumulado una gran fortuna a través de los años, se estableció para una vida de placer en una gran casa rodeada por un inmenso jardín y custodiada por una jauría de feroces perros. Pero aún no satisfecho con lo que había adquirido, el hombre siguió haciendo dinero prestándolo a la gente de toda la provincia a exorbitantes tasas de interés. El usurero reinaba con supremacía en el área, ya que muchos estaban en deuda con él.
   Un día, el usurero salió a casa de uno de sus deudores. A pesar de repetidos recordatorios, el pobre campesino no podía pagar su vieja deuda, pues trabajando hasta el exceso escasamente tenía éxito en ganar lo suficiente para medio comer. El prestamista estaba dispuesto a que si no podía obtener su dinero, procedería a confiscar las pertenencias más valiosas de su deudor. Pero el rico no encontró a nadie en la casa del campesino, sino a un muchachito de ocho o nueve años que jugaba solo en el sucio patio.
   -Niño, ¿Están tus padres en casa? Preguntó el rico.
   -No, señor. Contestó el niño, y siguió jugando con sus palos y piedras, sin poner atención al hombre.
   -Entonces, ¿dónde están? preguntó el rico, algo irritado, pero el niño siguió jugando y no respondió.
   Cuando el rico repitió su pregunta, levantó los ojos y contestó con deliberada lentitud, -bueno, señor, mi padre ha ido a cortar árboles vivos y a plantar árboles muertos y mi madre está en el mercado vendiendo viento y comprando la luna.
   -¿Qué? ¿De qué diablos estás hablando?, el rico ordenó. -Rápido ¿dime dónde están? o verás lo que este bastón te puede hacer. El palo de bambú en las manos de aquel enorme hombre en verdad se veía amenazante.
   Sin embargo, después de repetidas preguntas, el muchacho sólo daba la misma respuesta. Exasperado, el usurero le dijo "muy bien, pequeño demonio, escúchame: vine hoy aquí a cobrar el dinero que tus padres me deben, pero si me dices dónde están realmente y qué están haciendo, olvidaré todo lo relativo a la deuda; me entiendes".
   -¡Oh! señor, ¿por qué bromeas con un pobre muchacho?, ¿esperas que te crea lo que dices? Por primera vez el muchacho parecía interesado.
   -Bien, hay cielo y hay tierra para atestiguar mi promesa, dijo el usurero, apuntando al cielo y al piso.
   Pero el muchacho sólo rio. -Señor, el cielo y la tierra no pueden hablar y por lo tanto no pueden atestiguar. Deseo algo vivo para que sea nuestro testigo.
   Atrapada la mirada por una mosca, que se posaba sobre una vara de bambú cercana, y riéndose por dentro porque estaba engañando al muchacho, el rico propuso "ahí está una mosca, puede ser nuestro testigo. Ahora, apúrate y dime qué significas cuando dices que tu padre está afuera cortando árboles vivos y plantando árboles muertos, en tanto que tu madre está en el mercado vendiendo el viento y comprando  luna.
   El muchacho dijo, viendo a la mosca sobre la vara de bambú, "una mosca es un buen y suficiente testigo para mí. Bien, esto es señor. Mi padre simplemente fue a cortar bambúes y a hacer una cerca con ellos para un hombre cerca del río. Y mi madre... Oh, señor, ¿respetarás tu promesa, verdad? ¿Perdonarás todas las deudas de mis padres? ¿En realidad eso prometiste?
       -Sí, sí, lo juro solemnemente por la mosca que aquí está. El rico urgió al muchacho que continuara.
   -Bueno, mi madre, ella fue al mercado a vender abanicos y así ella puede comprar aceite para nuestras lámparas. ¿Acaso esto no significa vender viento para comprar  luna?
   Meneando la cabeza, el rico tuvo que admitir hacia sus adentros que el muchacho era muy listo. Sin embargo, pensó que el pequeño genio aún tenía mucho que aprender, creyendo, como lo hizo, que una mosca podría ser un testigo para cualquiera. Dando al muchacho el adiós, el hombre le dijo que pronto volvería para hacer honor a su promesa.
   Pasaron algunos días cuando el prestamista volvió. Esta vez encontró a los pobres campesinos en su casa ya que casi era el anochecer. Una odiosa escena sobrevino, el rico exigió su dinero y el pobre campesino se disculpaba y pedía otro plazo. La discusión despertó al muchacho que corrió hacia su padre y le dijo: "papá, papá, no tienes que pagar tu deuda. Este caballero aquí me prometió que olvidaría todo el dinero que le debes".
  -Tonterías. El rico amenazó con su bastón al padre y al hijo. Tonterías, ¿vas a quedarte ahí a escuchar las invenciones del chavito? Yo nunca le dije una palabra a este muchacho. ¿Dime, ahora, me vas a pagar o no?.

   Todo el asunto terminó al ser llevado ante el mandarín que gobernaba la provincia. Sin saber qué creer, todo lo que podían hacer el campesino y su esposa era traer a su hijo con ellos cuando fueron a la corte. La insistencia del niño sobre la promesa del prestamista era lo único que los alentaba.
   El mandarín empezó por pedirle al niño que relatara exactamente lo que había sucedido entre él y el prestamista. Felizmente el muchacho se apresuró a contar las explicaciones que le había dado al rico a cambio de su deuda.
   -Bueno, dijo el mandarín al muchacho, "si este hombre, que está aquí, en verdad te ha hacho tal promesa, sólo tenemos tu palabra. ¿Cómo sabemos que no ha sido invención tuya todo este cuento? En un caso como éste, necesito un testigo para confirmarlo y tú no lo tienes". El muchacho permanecía calmado y declaró que naturalmente había un testigo de la conversación.
   -¿Quién es, niño? Preguntó el mandarín.
   -Una mosca, Su Señoría.
  -¿Una mosca? ¿Qué quieres decir, una mosca? Cuidado jovencito, las fantasías no se toleran en esta corte, la cara benevolente del mandarín repentinamente adquirió rasgos de severidad.
   -Sí, Su Señoría, una mosca. Una mosca que se posó en la nariz del caballero. El muchacho saltó de su asiento.
   -Diablillo insolente, eso es una sarta de mentiras. El rico indignamente estalló con su cara como un jitomate maduro. La mosca no estaba en mi nariz, estaba en una vara de bambú... pero se detuvo sin vida. Sin embargo, era demasiado tarde.
   El mismo mandarín reventaba de la risa. Entonces los espectadores comenzaron a carcajearse, y los padres del muchacho también, aunque tímidamente, rieron. El muchacho y el mismo rico también rieron. Con una mano en su estómago, el mandarín agitó su otra mano en dirección al prestamista:
   -Bien, bien, ahora que todo está asentado. En verdad hiciste la promesa, estimado señor, al niño. Vara de bambú o no, la conversación, después de todo, sí ocurrió. La corte declara que debes mantener tu promesa.
   Y aún muriéndose de risa, despidió a todos.

















THE  FLY
from Vietnam

MAI   VO-DINH


"'...my father has gone to cut living trees and plant dead
ones and my mother is at the market place selling the wind
and buying the moon.'"


Everyone in the village knew the usurrer, a rich and smart man. Having accumulated a fortune over the years, he settled down to a life of leisure in his big house surrounded by an immense garden and guarded by a pack of ferocious dogs. But still unsatified with what he had acquired, the man went on making money by lending it to people all over the country at exorbitant rates. The usurer reigned supreme in the area, for numerous were those who were in debt to him.
One day, the rich man set out for the house of one of his peasants. Despite repeated reminders, the poor laborer just could not manage to pay off his long-standing debt. Working himself to a shadow, the peasant barely succeeded in making ends meet. The moneylender was therefore determined that if he could not get his money back this time, he would proceed to confiscate some of his debtor's most valuable belongings. But the rich man found no one at the peasant's house but a small boy of eight or nine playing alone in the dirt yard.
"Child, are your parents home?" the rich man asked.
"No, sir," the boy replied, then went on playing with his sticks and stones, paying no attention whatever to the man.
"Then, where are they?" the rich man asked, somewhat irritated, but the little boy went on playing and did not answer.
When the rich man repeated his query, the boy looked up and answered, with deliberate slowness, "Well, sir, my father has gone to cut living trees and plant dead ones and my mother is at the market place selling the wind and buying the moon."
"What? What in heaven are you talking about?" the rich man commanded. "Quick, tell me where they are, or you will see what this stick can do to you!" The bamboo walking stick in the big man's hand looked indeed menacing.
After repeated questioning, however, the boy only gave the same reply. Exasperated, the rich man told him, "All right, little devil, listen to me! I came here today to take the money your parents owe me. But if you tell me where they really are and what they are doing, I will forget all about the debt. Is that clear to you?"
"Oh, sir, why are you joking with a poor little boy? Do you expect me to believe what you are saying?" For the first time the boy looked interested.
"Well, there is heaven and there is earth to witness my promise," the rich man said, pointing up to the sky and down to the ground.
But the boy only laughed. "Sir, heaven and earth cannot talk and therefore cannot testify. I want some living thing to be our witness."
Catching sight of a fly alighting on a bamboo pole nearby, and laughing inside because he was fooling the boy, the rich man proposed, "There is a fly. He can be our witness. Now, hurry and tell me  what you mean when you say that your father is out cutting living trees and planting dead ones, while your mother is at the market selling the wind and buying the moon:"
Looking at the fly on the pole, the boy said, "A fly is a good enough witness for me. Well, here it is, sir. My father has simply gone to cut down bamboos and make a fence with them for a man near the river. And my mother... oh, sir, you'll keep your promise, won't you? You will free my parents of all their debts? You really mean it?"
"Yes, yes, I do solemnly swear in front of this fly here." The rich man urged the boy to go on.
"Well, my mother, she has gone to the marked to sell fans so she can buy oil for our lamps. Isn't that what you would call selling the wind to buy the moon?"
Shaking his head, the rich man had to admit inwardly that the boy was a clever one. However, he thought, the little genius still had much to learn, believing as he did that a fly could be a witness for anybody. Bidding the boy good-by, the man told him that he would soon return to make good his promise.

A few days had passed when the moneylender returned. This time he found the poor peasant couple at home, for it was late in the evening. A nasty scene ensued, the rich man claiming his money and the poor peasant apologizing and begging for another delay. Their argument awakened the little boy who ran to his father and told him, "Father, father, you don't have to pay your debt. This gentleman here has promised me that he would forget all about the money you owe him."
"Nonsense," the rich man shook his walking stick at both father and son. "Nonsense, are you going to stand there and listen to a child's inventions? I never spoke a word to this boy. Now, tell me, are you going to pay or are you not?"
The whole affair ended by being brought before the mandarin who governed the county. Not knowing what to believe, all the poor peasant and his wife could do was to bring their son with them when they went to court. The little boy's insistence about the rich man's promise was their only encouragement.
The mandarin began by asking the boy to relate exactly what had happened between himself and the moneylender happily, the boy hastened to tell about the explanations he gave the rich man in exchange for the debt.
"Well," the mandarin said to the boy, "if this man here has indeed made such a promise, we have only your word for it. How do we know that you have not invented the whole story yourself? In a case such as this, you need a witness to confirm it, and you have none". The boy remained calm and declared that naturally there was a witness to their conversation.
"Who is that, child?" the mandarin asked.
"A fly, Your Honor."
"A fly? What do you mean, a fly? Watch out, young man, fantasies are not to be tolerated in this place!" The mandarin's benevolent face suddenly became stern.
"Yes, Your Honor, a fly. A fly which was alighting on this gentleman's nose!" The boy leapt from his seat.
"Insolent little devil, that's a pack of lies!" The rich man roared indignantly, his face like a ripe tomato. The fly was not on my nose; he was on the housepole..." But he stopped dead. It was, however, too late.
The majestic mandarin himself could not help bursting out laughing. Then the audience burst out laughing. The boy's parents too, although timidly, laughed. And the boy, and the rich man himself, also laughed. With one hand on his stomach, the mandarin waved the other hand toward the rich man:
"Now, now, that's all settled. You have indeed made your promises, dear sir, to the child. Housepole or no housepole, your conversation did happen after all! The court says you must keep your promise."
And still chuckling, he dismissed all parties.                                                                      

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