Continuación de un viaje al sureste
mexicano
NARRACIONES
EN AZUL CELESTE
Sergio Núñez Guzmán
Agosto
1991
OAXACA
Antes de llegar a la capital del estado
visitamos Monte Albán. La grandeza del pasado se hizo presente no sólo en las
pirámides, sino en el moderno museo, en donde aquel guía de turistas que
ofrecía sus servicios, ante el rechazo, con irónica sonrisa, decía a sus
posibles clientes "You know more than Socrates" (sabes más que
Sócrates). La madura güera, sin ni siquiera volver el rostro y, sin perder el
paso, continuaba su camino. El guía de turistas había perdido su encanto
juvenil, mostraba preocupación en el
rostro ya avejentado y con fuertes rasgos indígenas. Entramos al museo y, en el
extremo sur, aparece una antiquísima tumba con un esqueleto encerrado en ella,
cubierto por un cristal. Se supone que el esqueleto conserva la posición en que
fue encontrado originalmente; sin embargo, la quijada está colocada de tal
manera que parece una carcajada lanzada a la eternidad. El rostro irónico del
guía rechazado, por un instante, semejó aquella mueca rebelde.
El centro de la ciudad bullía de gente,
repentinamente, al dar vuelta en una esquina, se pudo ver en la lejanía unos
muñecos gigantescos, los cuales bailaban, giraban y hacían grotescos gestos,
con los que acaso intentaban rebasar la tristeza y el dolor de este pueblo de
agricultores y pescadores convertido en guía de turistas.
Todo era gozo, todo era baile. Aparecieron,
como por arte de magia, unas bellísimas jóvenes que bailaban con sus
acompañantes y vestían los atuendos de la región que representaban. La alegría
y la danza contagiaban a los espectadores, quienes también bailaban al compás
de aquellos sones. Imposible bailar al ritmo de un son y del otro. El alboroto
de uno contrastaba con la quietud, la elegancia del otro cálido movimiento,
lento pero dinámico de las tehuanas que todo lo decían con el movimiento
terriblemente inquietante de sus caderas, de sus senos, de los ojos, esos ojos
que . . . hablaban, que murmuraban mil secretos, mil delicias, mil . . . Los
ojos de aquél devoraban formas femeninas. El hombre, con una gracia
desbordante, movía los pies, las manos suavemente abarcadoras, envolventes de
la mujer prometedora de ensueños como la tierra que se ama y por la que se da
la vida.
El público era totalmente aprehendido por esta
magia, se sorprendía a sí mismo siguiendo el ritmo lento y cadencioso de este
hermosísimo juego de mujer y hombre. Cruza por la mente esa eterna relación,
ese juego inmortal de amor y sexo.
Pocas veces se vive de manera tan intensa la
relación con la compañera y se comparte la dicha de vivir y de soñar. Los ojos
del hombre se clavan en los de su mujer.
Se pierde la noción del tiempo, simplemente, vivimos, estamos en otra
dimensión. La vida fluye por las calles danzarinas, libres de tristezas,
borrachas de alegría.
El espectador se ve sorprendido cuando,
repentinamente, se le ofrece una caña de mezcal. El fuerte olor es tan solo
anuncio del trago que raspa y quema la garganta y. . . un calorcillo calienta
la sangre, pone en movimiento los pies. El cuerpo busca algo más que el ritmo
marcado por la compañera.
Es otra música, es música jarocha en donde todo
es actividad, en donde el juego pasa de una reposada actitud de señalamiento a
casi el hecho mismo. El grito de bruto en celo, los dichos provocativos de
ellos sonrojan los rostros femeninos, pero que, con igual gracia y picardía,
ellas contestan. Palabras entendidas por todos, con dos, tres y no sé cuantos
sentidos, provocan la algarabía de los jóvenes,
hombres, que en su afán de ganar aquello que se dice, se lanzan en pos de
un abrazo y de un beso de la dama perseguida y ella, con femenina coquetería,
sólo esquiva el abrazo y el beso mostrando las más deliciosas formas femeninas,
y ellos, sólo con un aullido de animal, retienen su deseo. La sangre de la
concurrencia provoca diversas reacciones,
ellos gritan, danzan, y, ellas .
. . también gritan, también danzan.
Poco a poco quedamos atrás, la sorpresa está a
la vuelta de la esquina, se oye la música de una marimba que toca los mismos
otros sones. Nuestros pies siguen hechizados. Aquel sonido, aquel ritmo, nos
lleva al centro del jardín. La gente baila. El pueblo baila. Veo pies
descalzos, alegres, felices. Levanto la cara al azul infinito del cielo y mis
ojos tropiezan con las ventanas abiertas y los rostros güeros que se divierten
viendo este espectáculo. El comentario de un güero cercano a nosotros fue
"éste es el tercer mundo".
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