Recuerdos de un viaje al Sureste
mexicano
Impresiones
de un viaje al sureste
Sergio Núñez Guzmán
Agosto
1990
Mis ojos de capitalino, cien por ciento
chilango, empezaron a descubrir otros colores, al salir del Distrito Federal;
ojos acariciados por el color verde de los bosques de coníferas, que surgen a
los márgenes de la autopista a Puebla, ojos nuevamente acariciados por el
blanco inmaculado de las nieves del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl, cumbres
que asoman fugaces por el movimiento de las nubes y del autobús. Sorpresa
continua el paisaje.
El hombre deja de ser la multitud del metro
Pino Suárez, para convertirse en la persona que camina en alguna vereda cercana
a la carretera. Descubro, de pronto, una distancia entre el aquél y el yo. ¿En
qué consiste esta distancia?
Pasamos Puebla, que sólo fue un anuncio en la
carretera. Las coníferas quedaron atrás, aparecen cactáceas, nopaleras cargadas
de tunas. La vista sigue alegre, viendo verde, otro verde, siempre verde. Cruza
por la imaginación aquel otro color defeño y se hacen palpables los verdes.
Surge el aquí y el allá.
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