sábado, 8 de febrero de 2014

Un comienzo sin principio. Rumbo a Campeche. Sergio Nùñez Guzmàn



UN COMIENZO SIN PRINCIPIO
         RUMBO A CAMPECHE                                        
Sergio Núñez Guzmán
         Agosto 1991

         -Tus ojos defeños observaron otro paisaje. ¿Qué vieron?
-Mis ojos percibieron el verde tropical que va de Villahermosa a Campeche. El camino es una sucesión de verde. Campos extensísimos cubiertos de exhuberante vegetación. Verde, verde. Praderas infinitas con árboles truncados y quemados. El panorama insulta la exaltación y la vida del verde. ¿Por qué esa devastación? Los ojos encuentran respuesta en el paisaje mismo. La choza semidestruida aparece como una agresión al sentir del viajero. Aquellas palmeras delgaditas de cintura y de verdes senos dejan ver la mueca de su destrucción. ¿Por qué? La casa con paredes semiderruidas sólo conserva el recuerdo de un anuncio cervecero despintado. El autobús se desliza veloz sobre el asfalto, y vemos, de paso, la alegría de muchos calzoncitos puestos al sol en un tendedero, al lado de una choza solitaria.
En la interioridad del artificial vientre del camioncito, volteo y veo tus ojos reflejantes de interrogantes. Tu mundo, mi mundo, nuestro mundo citadino, el mundo grisáceo del allá choca con el verde mundo del aquí, un mundo de silencio cantarino que no sabemos escuchar, y sólo nos atrevemos a expresar la admiración con un cuestionamiento, que es al mismo tiempo sorpresa y desconsuelo.
Querer comprender el verde es desear describir la belleza de la naturaleza, que se presenta como una esencia no tocada por el hombre. La selva en todo su esplendor primitivo, y de inmediato, árboles muertos marcan la frontera con la desolación donde la mirada no encuentra obstáculos, y la vista se desliza y corre como por el asfalto de la carretera que nos conduce, donde la selva se convierte en sabana, donde se han desmantelado los distintos tonos de los verdes selváticos y en su lugar aparece el mismo tono de verde dado por el zacatonal, en donde unas cuantas manchas policromas pacen en aquel espacio sin límites. Sólo la exclamación  surge:  ¡qué desperdicio!,  ¿por qué sacrificaron la selva, el bosque, los árboles, los... ?

En aquel enfrenón del camión, nuestros ojos coincidieron en el paso lento de un bovino que caminaba por la carretera, y al mismo tiempo, vimos aquel anuncio insólito, que no alcanzamos a leer o no comprendimos, "se venden quinientas o cinco mil hectáreas de terreno". Nos preguntamos eran quinientas o cinco mil, y eso... ¿cuántos metros son? Tierra, tierra. El batallar del mexicano ha sido la lucha por la posesión de la tierra. ¿Quién puede poseer quinientas o cinco mil hectáreas de tierra? Sólo el sarcasmo me contesta tú, defeño trabajador de sueldo mínimo, confórmate con la tierra que llevas en las uñas. ¿Por qué? ¿Por qué alguien puede poseer tantísima tierra? Y quise decir mío, mío. ¿Para qué? ¿Qué vas a hacer con eso? Saquear la madera, destruir el bosque. Ja, ja, ja. Tonto.
Mi compañera me sacudía. Despierta, despierta. Estamos llegando a la ciudad.
-Y los árboles, y los bosques, y la selva.
-¿De qué estás hablando? Despierta.
Abrí los ojos y vi el mar. Otra vista surgió en el horizonte, otros colores sacudieron mi imaginación. El mar y sus matices estaban ante mí. Quise ser pintor, tomar en mis manos un pincel con pigmentos mágicos y expresar los diferentes tonos de blancura, blanco transformado en un tenue verde, a su vez, mudado en un azul clarísimo, que el confín, más tarde, convertía en azul obscuro, y así, aparecía una línea nevada, la cual hacía experimentar a mi cuerpo, un frío, en donde había calor. Y confundí el candor de la perspectiva marina con la pureza de las nieves del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl. Mi ser se estremeció cuando al retroceder mi rostro, para contemplar mejor el panorama, el marco de la ventanilla mostró la negrura del uso.
Sé que mi paso por esos lugares fue tan veloz como la velocidad a la que nos llevaba el ómnibus. Mi mente recoge diferentes escenas vividas en el viaje, trato de ordenarlas, ahora no puedo establecer lo que fue primero y lo que fue después. La inteligencia intenta imponerse al sentimiento. El sentimiento se mezcla con el saber. Soy humano. Quiero ser humano, quiero ser bosque y mar, quiero ser el verde de la selva y el verde de las aguas marinas, quiero ser el color, quiero ser... no lo acepto, lo rechazo, el negro de la existencia.
-¿Ya despertaste? Estás soñando con los ojos abiertos.
- Sí, sueño que vivo, vivo soñando.
-No juegues.
-¿Jugar?
-¿Quieres jugar?
-Tú, mujer, quieres jugar o soñar.
-Primero, dime qué quieres tú.
-Suprimir el negro.
-Sin negro no hay blanco.

-Y ahora, ¿de qué te ríes?
         -De que sin juego no hay diversión.
         Ambos sonrieron, pues sabían de qué juego se trataba y viendo el paisaje llegaron al hotel.

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