UN
COMIENZO SIN PRINCIPIO
RUMBO A CAMPECHE
Sergio
Núñez Guzmán
Agosto 1991
-Tus ojos defeños observaron otro
paisaje. ¿Qué vieron?
-Mis ojos percibieron el verde tropical que va
de Villahermosa a Campeche. El camino es una sucesión de verde. Campos
extensísimos cubiertos de exhuberante vegetación. Verde, verde. Praderas
infinitas con árboles truncados y quemados. El panorama insulta la exaltación y
la vida del verde. ¿Por qué esa devastación? Los ojos encuentran respuesta en
el paisaje mismo. La choza semidestruida aparece como una agresión al sentir
del viajero. Aquellas palmeras delgaditas de cintura y de verdes senos dejan
ver la mueca de su destrucción. ¿Por qué? La casa con paredes semiderruidas sólo
conserva el recuerdo de un anuncio cervecero despintado. El autobús se desliza
veloz sobre el asfalto, y vemos, de paso, la alegría de muchos calzoncitos
puestos al sol en un tendedero, al lado de una choza solitaria.
En la interioridad del artificial vientre del
camioncito, volteo y veo tus ojos reflejantes de interrogantes. Tu mundo, mi
mundo, nuestro mundo citadino, el mundo grisáceo del allá choca con el verde
mundo del aquí, un mundo de silencio cantarino que no sabemos escuchar, y sólo
nos atrevemos a expresar la admiración con un cuestionamiento, que es al mismo
tiempo sorpresa y desconsuelo.
Querer comprender el verde es desear describir
la belleza de la naturaleza, que se presenta como una esencia no tocada por el
hombre. La selva en todo su esplendor primitivo, y de inmediato, árboles
muertos marcan la frontera con la desolación donde la mirada no encuentra
obstáculos, y la vista se desliza y corre como por el asfalto de la carretera
que nos conduce, donde la selva se convierte en sabana, donde se han
desmantelado los distintos tonos de los verdes selváticos y en su lugar aparece
el mismo tono de verde dado por el zacatonal, en donde unas cuantas manchas
policromas pacen en aquel espacio sin límites. Sólo la exclamación surge:
¡qué desperdicio!, ¿por qué
sacrificaron la selva, el bosque, los árboles, los... ?
En aquel enfrenón del camión, nuestros ojos
coincidieron en el paso lento de un bovino que caminaba por la carretera, y al
mismo tiempo, vimos aquel anuncio insólito, que no alcanzamos a leer o no
comprendimos, "se venden quinientas o cinco mil hectáreas de
terreno". Nos preguntamos eran quinientas o cinco mil, y eso... ¿cuántos
metros son? Tierra, tierra. El batallar del mexicano ha sido la lucha por la
posesión de la tierra. ¿Quién puede poseer quinientas o cinco mil hectáreas de
tierra? Sólo el sarcasmo me contesta tú, defeño trabajador de sueldo mínimo,
confórmate con la tierra que llevas en las uñas. ¿Por qué? ¿Por qué alguien
puede poseer tantísima tierra? Y quise decir mío, mío. ¿Para qué? ¿Qué vas a
hacer con eso? Saquear la madera, destruir el bosque. Ja, ja, ja. Tonto.
Mi compañera me sacudía. Despierta, despierta.
Estamos llegando a la ciudad.
-Y los árboles, y los bosques, y la selva.
-¿De qué estás hablando? Despierta.
Abrí los ojos y vi el mar. Otra vista surgió en
el horizonte, otros colores sacudieron mi imaginación. El mar y sus matices
estaban ante mí. Quise ser pintor, tomar en mis manos un pincel con pigmentos
mágicos y expresar los diferentes tonos de blancura, blanco transformado en un
tenue verde, a su vez, mudado en un azul clarísimo, que el confín, más tarde,
convertía en azul obscuro, y así, aparecía una línea nevada, la cual hacía
experimentar a mi cuerpo, un frío, en donde había calor. Y confundí el candor
de la perspectiva marina con la pureza de las nieves del Popocatépetl y del
Iztaccíhuatl. Mi ser se estremeció cuando al retroceder mi rostro, para
contemplar mejor el panorama, el marco de la ventanilla mostró la negrura del
uso.
Sé que mi paso por esos lugares fue tan veloz
como la velocidad a la que nos llevaba el ómnibus. Mi mente recoge diferentes
escenas vividas en el viaje, trato de ordenarlas, ahora no puedo establecer lo
que fue primero y lo que fue después. La inteligencia intenta imponerse al
sentimiento. El sentimiento se mezcla con el saber. Soy humano. Quiero ser
humano, quiero ser bosque y mar, quiero ser el verde de la selva y el verde de
las aguas marinas, quiero ser el color, quiero ser... no lo acepto, lo rechazo,
el negro de la existencia.
-¿Ya despertaste? Estás soñando con los ojos
abiertos.
- Sí, sueño que vivo, vivo soñando.
-No juegues.
-¿Jugar?
-¿Quieres jugar?
-Tú, mujer, quieres jugar o soñar.
-Primero, dime qué quieres tú.
-Suprimir el negro.
-Sin negro no hay blanco.
-Y ahora, ¿de qué te ríes?
-De que sin juego no hay diversión.
Ambos
sonrieron, pues sabían de qué juego se trataba y viendo el paisaje llegaron al
hotel.
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