sábado, 8 de febrero de 2014

Continuaciòn de un viaje al sureste mexicano. Sergio Nùñez Guzmàn



Continuación de un viaje al sureste mexicano
NARRACIONES EN AZUL CELESTE
Sergio Núñez Guzmán
Agosto 1991

OAXACA

Antes de llegar a la capital del estado visitamos Monte Albán. La grandeza del pasado se hizo presente no sólo en las pirámides, sino en el moderno museo, en donde aquel guía de turistas que ofrecía sus servicios, ante el rechazo, con irónica sonrisa, decía a sus posibles clientes "You know more than Socrates" (sabes más que Sócrates). La madura güera, sin ni siquiera volver el rostro y, sin perder el paso, continuaba su camino. El guía de turistas había perdido su encanto juvenil,  mostraba preocupación en el rostro ya avejentado y con fuertes rasgos indígenas. Entramos al museo y, en el extremo sur, aparece una antiquísima tumba con un esqueleto encerrado en ella, cubierto por un cristal. Se supone que el esqueleto conserva la posición en que fue encontrado originalmente; sin embargo, la quijada está colocada de tal manera que parece una carcajada lanzada a la eternidad. El rostro irónico del guía rechazado, por un instante, semejó aquella mueca rebelde.

El centro de la ciudad bullía de gente, repentinamente, al dar vuelta en una esquina, se pudo ver en la lejanía unos muñecos gigantescos, los cuales bailaban, giraban y hacían grotescos gestos, con los que acaso intentaban rebasar la tristeza y el dolor de este pueblo de agricultores y pescadores convertido en guía de turistas.

Todo era gozo, todo era baile. Aparecieron, como por arte de magia, unas bellísimas jóvenes que bailaban con sus acompañantes y vestían los atuendos de la región que representaban. La alegría y la danza contagiaban a los espectadores, quienes también bailaban al compás de aquellos sones. Imposible bailar al ritmo de un son y del otro. El alboroto de uno contrastaba con la quietud, la elegancia del otro cálido movimiento, lento pero dinámico de las tehuanas que todo lo decían con el movimiento terriblemente inquietante de sus caderas, de sus senos, de los ojos, esos ojos que . . . hablaban, que murmuraban mil secretos, mil delicias, mil . . . Los ojos de aquél devoraban formas femeninas. El hombre, con una gracia desbordante, movía los pies, las manos suavemente abarcadoras, envolventes de la mujer prometedora de ensueños como la tierra que se ama y por la que se da la vida.


El público era totalmente aprehendido por esta magia, se sorprendía a sí mismo siguiendo el ritmo lento y cadencioso de este hermosísimo juego de mujer y hombre. Cruza por la mente esa eterna relación, ese juego inmortal de amor y sexo.

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