RUMBO
A VILLAHERMOSA
Sergio Núñez
Guzmán
Agosto 1991
Recorriendo de Chetumal a Villahermosa pasamos
por Escárcega. De Chetumal a Escárcega la soledad de la selva más destruída que
viva, el saqueo ya no sé de qué pero que se ve por el vacío en el paisaje,
vacío que se quiere disfrazar dejando cortinas de árboles selváticos a los
lados de la carretera, pero que los ojos del viajero al buscar el reposo en el
exterior del autobús fácilmente descubre. El vacío, el desperdicio, la
destrucción, la nada. Sorpresa en la sorpresa, sorpresa que sin serlo,
sorprende, campo extensísimo y muchas, muchas, muchísimas máquinas agrícolas
oxidándose, pudriéndose, y el campo desolado, invadido por malas hierbas, por
espinas que se clavan en mi vista y en mis sentidos, esqueletos mecánicos que
yacen sin sentido, sin significado para la vida, por qué, por qué. Es el
hombre. ¿Cuál? el de aquí o el de allá; el de ayer o el de mañana, y yo solo
veo, y yo solo ahora grito y yo solo ahora escucho el silencio como respuesta.
-¿De qué me estás hablando?
-Sigues sin entenderme, mexicano. ¿Por qué no
quieres entenderme?
-Sólo te escucho, no quiero entenderte, porque
como tú dices, duele.
-¿Qué te duele?
-El hambre de mi pueblo.
-Ahora sí, me estás entendiendo. Grito mi
desesperación. Quiero que me oigas.
-Y como tú dices, ¿Para qué?
-Para saber, para conocer, para ser conscientes
para hacer.
-Y, ¿Tú haces?
-Cuando te hablo, cuando te digo, cuando
escribo hago, hago. Y mi ser sólo lo explico por mi hacer.
-Pero tu hacer duele.
-Como a mí me duele el hambre de mi pueblo,
como a mí me duele la nieve derretida en mis manos, como a mí me duele mi
paraíso, mi tierra, que no puedo poseer.
-Quiero reírme de tus palabras.
-Ríete.
-No puedo.
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