San
Cristóbal, el zócalo, el mercado.
Sergio
Núñez Guzmán
Agosto 1990
Turistas cansados buscamos asiento bajo la
sombra de los árboles del zócalo de San Cristóbal, y fuimos materialmente
asaltados por niños, niñas y mujeres que vendían artesanías, cuando recibieron
una negativa, cambiaron de actitud, y pidieron la fruta que llevábamos, y casi
la arrebataban de nuestras manos, mientras un extranjero, burlón, desde el quiosco,
filmaba la escena.
Volvimos al mercado y esta vez lo recorrimos
por dentro. Una jovencita tenía a su alrededor varios compradores, nos
acercamos, preguntamos, vendía tamales de coco, qué deleite. Mujercita recatada
que a mis preguntas contestaba con monosílabos que tenían que
interpretarse, en cambio, sus
manos laboriosas hablaban, manos
ágiles, sin ornatos, carentes de cuidados citadinos, manos de trabajo,
productoras de aquellos manjares. Su rostro, moreno claro, también hablaba,
aunque su lenguaje era otro, el de una alegría silente, alerta, gozosa por
convertir su trabajo en monedas. Al contemplar a esta vendedora, entendí, de
manera viva, que hay otros mundos, además del mío, en donde también se puede
ser feliz.
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